SECCION CULTURA PAGINA 35 BALAZO: PULSIONES EN UNA GRAN CIUDAD CABEZA: JUVENTUD INGENUA, AVIDA Y DESENCANTADA CREDITO: EMMANUEL CARBALLO* A principios de los anos cincuenta, cuando llegue a la ciudad de Mexico, era un muchacho robustamente ingenuo y abrumadoramente avido. (La ingenuidad y la avidez, bien avenidas, pueden conducir al desencanto.) De memoria y en el papel conocia el mapa de la gran ciudad y, tambien, los trabajos y los dias de sus personalidades mas significativas en las artes y las letras. El mayor de mis prejuicios en ese entonces estaba ligado con la politica. Cada vez que escuchaba esa palabra, algo dentro de mi se ponia en guardia e instintivamente reaccionaba en forma violenta. Esta actitud era producto de mi educacion tapatia y mis primeros desencantos de capitalino supernumerario. Politico y politica despertaban en mi asociaciones emotivas proximas al mundo de la delincuencia y el oportunismo. Toda persona que se respeta a si misma, creia, esta condenada a no oir el canto de esas sirenas inexactas. Esta chata concepcion del mundo solo puede calificarse con un adjetivo, reaccionaria. El contexto sociopolitico en que vivia no pudo, tampoco, modificar el prejuicio. Y no pudo por una razon muy sencilla: la politica, en ese momento (corria el segundo ano del gobierno de Ruiz Cortines), no iba mas alla de la administracion de los negocios publicos o de la tajada que los politicos en ejercicio (o sus amanuenses) podian cortar del pastel endurecido de la revolucion mexicana. Mis amigos y conocidos aun se atenian para justificar su participacion en la cosa publica a frases cinicas o utopicas. Entre las primeras recuerdo la de Cesar Garizurieta ("Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error") y entre las segundas aquella que afirmaba que el mejor camino para modificar el gobierno consistia en revivir el truco del caballo de Troya. A la larga, los que pusieron en practica la frase de Garizurieta pararon en burocratas de segunda categoria (o de tercera) y los otros, los que trataron de cambiar el gobierno desde dentro, concluyeron su aventura con nueva piel y nuevos propositos, los de la administracion que les dio empleo. Esa doble experiencnia alimento mi abstencion y desgano. A lo anterior debo agregar la ausencia de verdadera vida politica partidaria. Los partidos de derecha, que sin contender obtenian beneficios por los que debieron combatir, poco o nada se preocupaban por modificar el panorama politico del pais. Y los de izquierda, deseosos de destruirse los unos a los otros, no tenian tiempo y oportunidad para mostrar su influencia en nuestro proceso politico. El PRI, por su lado, jugo con mayor o menor suerte el papel que le asignara Plutarco Elias Calles, el de preservar y fortalecer las conquistas del movimiento de 1910. Sin enemigos reales a los cuales enfrentarse, de hecho con las prerrogativas y responsabilidades del partido unico, languidecia sin tener necesidad de emplearse a fondo, de ejercitar de vez en cuando rejuvenecedoras autocriticas y, lo que es mas grave, sin verse impelido a desatar la imaginacion y el poder creador. Por todas estas razones, y cuando pude destruir el prejuicio de la abstencion politica, me encontre preso en una trampa de la que evadirme resultaba dificil por no decir imposible, mas en el terreno de la praxis que en el de la teoria. Militar en la derecha me parecia conmemorar extemporaneamente las equivocaciones de nuestros abuelos conservadores; pertenecer al PRI me resultaba innoble porque no creia en sus estatutos ni en su programa de gobierno; y afiliarme a nuestras izquierdas, de la mas sensata a la mas delirante, no pasaba de ser una cataplasma puesta para alivianr mis escrupulos de conciencia. Pese a todo, en la izquierda, en cierta izquierda, cifraba y cifro mis esperanzas. Sin echar por eso en saco roto la tesis que encierra el titulo de uno de mis primeros libros: "gran estorbo (a la vida es) la esperanza". Como intelectual a la mexicana: criticon, firmante ocasional de palidos documentos de protesta, antiimperialista, revolucionario sin dentadura, militante sin carnet, hombre emotivo y poco ducho en la interpretacion del contexto historico (nacional e internacional) en el que vivimos, propenso con cierto derecho al asco y al escepticismo, encuentro en remoto discurso de remoto politico la posibilidad de aclarar mi posicion politica. En su discurso, el procer del PRI, dejo entrever que hay dos clases de mexicanos, los que creen y practican los postulados de la Revolucion y los que ante este fenomeno permanecen impavidos y desganados. Frente a este dilema claro y preciso si tengo respuesta precisa y clara, me situo entre los mexicanos del segundo grupo, sin dejar de reconocer las aportaciones hoy ya incoloras del movimiento de 1910. Desde entonces formo parte de la oposicion. Y formo parte de ella desde las filas de los francotiradores que confunden adrede la actitud moral con la postura politica. Soy, pues, un disidente (lo digo con voz adolorida y un tanto jactanciosa) sin armas y sin ponzona. En otras palabras, no he sabido ni tampoco querido dejar atras mi juventud provinciana ingenua y avida, es decir desencantada. (Notimex). .