SECCION CULTURA PAGINA 35 CABEZA: Melancolico recuerdo de Dulcinea CREDITO: Alfonso Simon Pelegri* En el ultimo capitulo de su vida de Don Quijote y Sancho, el maestro Unamuno glosa el tambien capitulo final de la existencia, y de la gloriosa locura, del andante caballero de la Mancha. Don Miguel de Cervantes, a quien recrimina con dureza reiteradamente el gran vasco irascible por el mal trato que, en ocasiones, da a su biografiado, acredita como mayor ventura del hidalgo manchego la de "morir cuerdo y vivir loco". Totalmente en contra de este epitafio cervantino, Miguel de Unamuno exonera a su heroe de este otro mas grave sueno de locura, la "sensatez" a trueque de haber contagiado de su divina exaltacion a Sancho Panza. Pero hay algo rescatable en esa nueva cordura del andante caballero que senala entranablemente su biografo. Ese "mucho" es la toma de conciencia que hace de su aldea y de su tierra en su lecho de muerte. Rodeado de sus deudos y amigos, que como dice el Ama lo quieren para su bien -lo quieren para ellos y como ellos- un recientisimo Alonso Quijano es desposeido de su Dulcinea, a la que habia encantado, o desencantado, su malicioso escudero para presentarla ante los ojos de su senor con el continente, talante , olor y rustica catadura de una tosca aldeana, la Aldonza Lorenzo de la que nuestro hidalgo anduviera enamorado en su mocedad. Y es por una segunda vez cuando intentando reconfortar a su amo, moribundo, el bueno de Sancho Panza agita el recuerdo -sabe Dios si de Dulcinea o Aldonza- en el corazon del enamorado caballero: "Mire, no sea perezoso -le dice- sino levantese de esa cama y vamonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado; quizas tras de alguna mata hallaremos a la senora Dulcinea desencantada..." Sin embargo, estas palabras del que en su "otra" locura fuera su escudero ni enfrian ni calientan el animo de don Quijote, el cual, a la hora de la hora y con la desaprobacion de Unamuno, no esta para esos belenes y ninerias de ver, de sorprender a Dulcinea detras de un matorral como si de conejillo de Indias, o en el mejor de los casos liebre manchega, se tratase. Asi es que es el propio don Miguel de Unamuno, reconciliandose hasta donde es posible con Cervantes, quien aventura que, con esa otra lucidez de la muerte, el otrora caballero andante, convertido en Alonso Quijano, pensaria con toda la fuerza de su corazon en la garrida moza campesina Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchuelo, de la que estuvo enamorado cosa de un tiempo de 12 anos alla en su mocedad, tan platonicamente que solo alcanzo a verla de lejos en alguna fiesta pueblerina en cuatro dilatadas ocasi ones, y que pudiera haber sido la mujer que hubiera gozado real y cumplidamente y le habria dado hijos que ahora, junto a ella, rodearian su lecho y llorarian su muerte. No fue asi -lamentaria Alonso Quijano?- irremediablemente. Pero frente a esa razon de carne y hueso de haber vivido, apenas y tambien quedaba el pensamiento de su amada Dulcinea, transformada por las malas artes de sus magicos encantadores enemigos en una zafia lugarena, y cuyo remedio quedaba al arbitrio de las vapuleadas posaderas de su escudero, unica alquimia para su desencatamiento. Y tambien contaba en los ojos de nuestro caballero, pero ya con el cansancio de la muerte, el recuerdo de su fallida incursion por las callejuelas de un misero lugarejo del Toboso, conducido por su escudero, en el cual en vano buscara don Quijote con azorados ojos razon ni rastro de alcazares, palacios, o gente principal... o cuando menos senas o paradero de Dulcinea. Tan solo, en la manana del siguiente dia, fue el descorazonador encuentro que amanara Sancho con tres rusticas labradoras, y que este presento a su senor como la mismisima princesa Dulcinea del Toboso acompanada por dos de sus doncellas principales, amazonas "en tres hacaneas, o como se llamasen, blancas como el hampo de la nieve", sin que, pese al pretendido enfasis entusiasta puesto por su escudero, el mal andante caballero pudiera ver otra cosa en aquella unica ocasion en que lograra tener a su amada al alcance, sino tres rusticas labradoras, nada agraciadas, a lomos de sendos borricos. A la hora definitiva de su muerte a cual de estos recuerdos pudiera asirse Alonso Quijano o don Quijote? Nunca lo sabremos. Pero a mi se me ocurre que si le perseguiria, implacable, el olor a ajos crudos que, hubo de confesarle don Quijote a Sancho en el capitulo X de la segunda parte de esta verdadera historia, le "encalambrino y atosigo el alma" cuando trato de ayudar a subir a su amada a la cabalgadura que su escudero juraba y perjuraba que era hacanea y el veia como un borrico corriente y moliente por mas que en querer creer a Sancho se pelaba los ojos del alma. Me pregunto si este olor a ajos que trascendia Dulcinea curaria de su locura amorosa, siquiera fuese en el trance de su muerte, al enamorado caballero. Me temo que nadie podria contestar a esta pregunta. Ni tan siquiera Unamuno. Pero tampoco Cervantes, pienso, porque en lo que pone en boca del bachiller Sanson Carrasco de "que acredito su ventura, morir cuerdo y vivir loco" no anduvo demasiado acertado: Tu que piensas, lector? .