SECCION ESPECTACULOS PAGINA 35 BALAZO: FIESTA DE BRASIL CABEZA: El hechizo de la gratitud CREDITO: XAVIER VELASCO Hay dos clases de publicos: los que aullan y los que escuchan. Unos se divierten por propio decreto, poniendo de si mismos todo lo requerido para completar una saciedad esperable. Otros se sientan y aguardan: si las cosas salen bien habran de terminar aullando, y acaso saldran inflamados de una felicidad subita y apenas explicable. En caso tal, nadie necesita poner mucho de su parte, pues casi todo cae, como del cielo, y de tanta y tanta lluvia uno termina por llenarse de gratitud. Esta es una cronica de gratitud. Quienes el viernes por la noche llegamos al Auditorio Nacional, no alcanzamos a llenarlo: las dos secciones mas altas fueron vaciadas y cubiertas con esas mantas que, para un concierto como este, son simbolos de vergenza nacional. Quiero decir que muchos de los ahi presentes, intimos amigos de la musica de Caetano, dificilmente podemos disimular la pena que ocasiona semejante vacio -explicable para un pais donde no se editan discos de Caetano, y cuyo gran magnate de la comunicacion lo considera una Republi ca de Jodidos-. Pero no es esta una noche propicia para las penas, y eso uno lo sabe desde que la majestuosa humildad de Caetano se posa frente al microfono, casi desposeida, para poner los primeros ladrillos de un trabajo acustico largo, laborioso y colmado de un placer cuya sutileza se cuela lentamente por los poros del espiritu, como ese balsamo que solo cuando se le recibe puede saberse cuanto se le necesitaba. Un alto, sigiloso respeto recorre las butacas a la sombra de Queixa, mientras el cello de Jacques Morelenbaum, que no cesara en toda la noche de asediarnos a puro golpe de belleza, va llenando de colores las texturas vocales de Caetano, las guitarras, las suaves percusiones que se cuelan como brisa por entre melodias y armonias que no por mas hipnoticas lucen menos permeadas de osadia. Caetano canta y canta, sin que una sola de sus palabras se interponga en un flujo de canciones que suavemente van construyendo un altar para el corazon. Unos aplauden, otros dejan salir pequenos gritos, pero casi todo el tiempo reina un silencio encantado; adelante, varios metros mas alla de la orilla del escenario, el brujo trabaja con incalculable sabihondez; sin que uno lo advierta, porque a los estados de felicidad no se les advierte durante su arribo, Caetano va derritiendo la frialdad arquitectonica d el recinto para dejar salir una calidez de alma que crece, primero a traves de las canciones que solo el iniciado reconoce, y despues a fuerza de un divino golpe bajo: la mas adorable interpretacion del Jubarito que estos poros han recibido. Finalmente, Caetano habla, y en la fluidez de su espanol corre una forma de carino por cada instante de su trabajo que quienes bebemos, voraces y hechizados, una a una sus palabras, podemos adivinar que, como nosotros, Caetano esta siendo feliz. Es seguramente amplio el credito que merecen los brasilenos: instalados en las primeras filas, son ellos quienes corean, saltan y se menean con mayor puntualidad y mas transparente vehemencia. Pero si al principio el ritual pudo parecer un tanto exigente para el espectador profano, la noche se ha ido calentando hasta tocar un punto en el que se necesita mucha pobreza de espiritu para permanecer ajeno al hechizo. En una de las escasas, entranables interrupciones del fujo musical, Caetano narra el azoro que l o poseyo cuando, circulando por la ciudad de Mexico, topose con la estatua de Agustin Lara. E inmediatamente despues confiesa lo que considera un atrevimiento personal: habernos cantando Maria Bonita. Para entonces, Caetano esta solo. Sus musicos lo han dejado con su pura guitarra y un poder embrujador que ha desarmado a su publico, virtualmente incapaz de resistir el profundo, intenso toque humano que no parece dispuesto a perdonar la vida de una sola molecula de apatia. Los musicos van y vienen. Moreno Veloso, ese hijo de Caetano que 12 anos ha compartia con el credito y voz en Un canto afoxe para o bloco de ile, heredo el inmenso aunque sin duda envidiable paquete de acompanarlo en las percusiones, al lado del famoso Marcelo Costa. Creo que son dos las horas que han transcurrido, cuando Caetano y acompanantes abandonan el escenario. Pasa entonces que la gratitud estalla toda, y uno cae en esa prodigiosa trampa que consiste ya no solo en saberse amista do con las canciones del artista, sino en considerarse su amigo personal, y por ello pedirle que vuelva a su lugar. Es decir, a la sala de estar que se lleva dentro, en la cual siempre halla un sitio quienes lo han dado todo por darnos felicidad. Por eso aullamos, por eso duelen las palmas de tanto aplaudir, por eso Caetano retorna con todo y banda, despues de haber intentado irse por segunda vez. Y uno, cuyas expectativas han sido todas rebasadas, sepultadas bajo una montana de insolitos, milagr osos petalos, no puede sino hervir de gozo alli, en la pequena butaca desde la que ha sido fugaz pero feliz contemporaneo de la grandeza. Afuera, camino de la calle, hay demasiada gente contenta, con la mirada hinchada de ese urgente sentimiento donde la gratitud se cruza con la generosidad. Miro las luces del Paseo de la Reforma y me pregunto cuando fue la ultima vez que senti este intenso deseo de correr a abrazar a alguien. .