SEC. CIUDAD PAG. 16 CABEZA: Aquella y esta Ciudad CREDITO: ANDRES HENESTROSA* Fue un placer, una diversion recorrer, caminar la ciudad durante los primeros anos de mi estancia aqui. La conoci en todos sus rincones, recovecos; en sus mercados sonoros de pregones que eran como un eco del tianguis antiguo; en sus plazas, atrios y jardines abandonados, levemente tenidos de tristeza, asi ayer como hoy. No hay barrio de la ciudad en que yo no haya vivido, y casi a todos he descrito. De todos tengo nostalgia, una suerte de anoranza de la pobreza. Eso me lleva, creo yo, a volver a los arrabales de cuando en cuando. Mucho de aquella ciudad se ha ido, y con ella, nosotros. Muchas ciudades se encuentran superpuestas en el que la conocio ahora ha setenta anos, cuando cabia en una mirada. Cambian las ciudades, dejan de ser, cuando se muda el nombre de una calle, se traslada a otro lugar un monumento, una estatua; se hiere, se agrede, se retoca la biografia de una ciudad con los cambios que dicta una pretendida modernidad. Hasta nuestra geografia sentimental sale perdiendo. El habla cotidiano se altera si el paisaje se altera. La referencia geografica, la orientacion en ese laberinto que es nuestra metropoli fueron otros cuando cambio de sitio la estatua de Carlos IV, o el Caballito de Troya, como la llamo nuestro pueblo el mismo dia en que fue develada. Un diminutivo para el caballo mas grande de los espanoles. Una venganza india por haber convertido la i de la legua nahuatl en e. Lindo aquel Mexico de mis recuerdos. Dulces aquellos anos, no solo por pasados y mozos, sino porque la ciudad estaba a la medida y altura de nuestro corazon, que no postulo que todo tiempo pasado fue mejor. No soy el vijeo que alaba, aunque curvo, su baston. Bienvenida toda reforma, toda modernidad, con tal de que no atropelle ni se lleve de calle la continuidad, borre el rastro de la ciudad antigua: aquella que sonaron, idearon, concibieron sus primeros constructores. Yo siento por la ciudad una gran compasion. La compadezco desde que adverti que se iba, como la Lima de Jose Galvez; que nos la cambiaban, como la Buenos Aires de Alberto Guerchunof. La se enferma: la veo postrada, llagada, purulenta. Hago con ella lo que el medico con el paciente: le tomo el pulso, mis manos sobre sus hombros, su cabeza, su pecho. La oigo gemir. Le pregunto a donde mas le duele, aunque bien se que doliendole todo ya en ninguna parte lo siente. *Escritor. .