SEC. INF. GRAL. PAG. 2 CREDITO: LUDOLFO PARAMIO * CABEZA: Ideologia y dominacion en la sociedad actual (Segunda parte) 2. LA COMPLEJIDAD DE LA IDEOLOGIA Decia que se ha tendido a ver en la ideologia un puro instrumento para la dominacion en vez de un lenguaje comun, lleno de tensiones y de dobles significados, en el que a la vez se reconoce la supremacia del agente dominante y se le regatean parcelas de poder, unas veces dentro de las reglas de juego, otras reinterpretando tales reglas. Pero una segunda y mas grave simplificacion ha sido comun en las concepciones de la ideologia: me refiero al reduccionismo. La critica mas sencilla y, por ello ejemplar del reduccionismo ha sido la formulada contra el reduccionismo de clase. La idea central de esta critica, su objetivo, es la concepcion marxista mas tradicional de la ideologia, la concepcion segun la cual el eje de las dicotomias ideologicas es la contradiccion de clase, la contradiccion entre los poseedores de los medios de produccion y aquellos que solo poseen su propia fuerza de trabajo. Esta idea es central en el marxismo clasico: las ideologias son ideologias de clase, mas alla de que lo sean como instrumentos de dominacion de una clase sobre otra o como terrenos de confrontacion discursiva de dos clases enfrentadas. La definicion de clase es el eje central de la ideologia, ya se entienda esta en las acepciones a) o b) del apartado anterior. Esto quiere decir que las construcciones esenciales de la personalidad son las que se derivan de las identidades de clase; eso quiere decir que la contradiccion de clase es el nucleo en torno al que se articula la misma definicion del individuo en cuanto tal. Partiendo de posiciones teoricas que genericamente podemos llamar algo asi como posestructuralistas, en la decada de los setenta se comenzo a cuestionar ya esta idea. Se partio de una tesis de Louis Althusser, la de las multiples interpelaciones que configuran al sujeto como tal. Un individuo se ve a si mismo inserto en una red de relaciones sociales a traves de un conjunto de llamadas (interpelaciones) que le reclaman como portador de diferentes roles sociales. (Se puede ser malintencionado y observar como el marxismo, a partir de Gramsci y Althusser, debio redescubrir categorias de origen tan poco marxista como las de legitimidad o rol). En efecto, el rol productivo no agota la definicion del individuo, que no solo se ve interpelado como trabajador (o como propietario de los medios de produccion), sino tambien en terminos de genero/sexo, etnicos, de (in) creencia religiosa, de estatus en cuanto consumidor material, de estatus cultural. La hipotesis central del marxismo es que el nudo conflictivo en torno al cual gira toda contradiccion social se encuentra en la produccion, y que, por tanto, la definicion trabajador/no trabajador es el eje de toda identidad ideologica. Siendo la contradiccion productiva objetivamente central, solo una deformacion ideologica, una falsa conciencia, puede explicar que, por ejemplo, un obrero se vea a si mismo como hombre, blanco, catolico o polaco antes que como tal obrero. La conciencia de clase es la verdad era conciencia y todas las demas interpelaciones de sujeto deben verse como subordinadas a ella: deben estar subordinadas a ella. Frente a esta ortodoxia teorica, los francfortianos, y muy significativamente Jrgen Habermas, vinieron a sostener que en el capitalismo tardio, y en las nuevas condiciones creadas por el Estado de bienestar, la contradiccion mas centrada en las relaciones de produccion pasa a un segundo plano, dando en cambio prioridad a otras relaciones del individuo, como consumidor, como vecino, como hombre o mujer, como miembro de una etnia o de una religion. Se niega asi de hecho la centralidad de la produccion, aunque aun se pueda pensar en su centralidad ontologica. Pero el ataque mas radical, que ya he apuntado que se enraiza en el posestructuralismo frances, niega la misma centralidad ontologica de la produccion y, consiguientemente, la centralidad del trabajador como agente de cambio social. Esta posicion radical contiene un fuerte argumento a su favor: pretende dar cuenta de realidades como el fascismo o el populismo (el peronismo, mas en particular), en las que la identidad (interpelacion) de clase resulto muy poco adecuada para explicar la conducta politica real de los trabajadores alemanes o argentinos, y, sobre todo, resulto radicalmente inadecuada para forjar un bloque de clases capaz de ofrecer una alternativa progresista al fascismo o a la demagogia peronista (con su propia ala fascistoide). Por ello es preciso tener en cuenta estas posiciones y analizarlas en serio. Lo que no tiene por que significar, en cambio, aceptar sus premisas. En lo que resta de este apartado me gustaria aportar algunos rasgos generales de lo que podria ser una reconsideracion critica de este enfoque. Un primer punto podria ser saber de que demonios se habla en la realidad social cuando se habla de prioridad ontologica. Los posestructuralistas nos vienen a decir que la realidad social es una construccion lingistica, de sentidos compartidos, y que, por ello, no existen en ella puntos de referencia solidos, nucleos de sentido estables. No tendria sentido, por tanto, decir con Marx que las condiciones de existencia (de produccion y reproduccion social) determinan la conciencia. La conciencia y la organizacion material de la existencia vendrian determinadas simultaneamente, y no habria ninguna prioridad ontologica de lo material sobre lo ideal, de la realidad sobre la conciencia. Esta tesis es irrebatible si se entiende prioridad ontologica por prioridad temporal. En cualquier otro sentido es rigurosamente falsa. La produccion no precede a la conciencia: ambas se construyen por un mismo acuerdo social, no importa si consensuado (justo) o impuesto (injusto). Pero la produccion es mas correosa que la conciencia. Un modo de produccion puede atravesar un claro proceso de deslegitimacion en el nivel de la conciencia y sobrevivir muchos anos en la practica (vease el ejemplo del colectivismo burocratico bajo Brezhnev). Pero, inversamente, el colapso de un modo de produccion provoca casi de inmediato el derrumbamiento de los codigos de valores y de representaciones que han legitimado o prestado sentido a aquel modo de produccion. En este claro aspecto, existe una asimetria entre la realidad material (la produccion) y la realidad simbolica de una formacion social: que se la interprete como prioridad ontologica o como infradeterminacion de la conciencia por la existencia es a fin de cuentas trivial. Lo que cuenta, y mucho, es que la realidad material posee una inercia, una opacidad y un peso sustancialmente superiores a los de la realidad simbolica. En este aspecto, el tan famoso posestructuralismo es solo mala filosofia: en la estructura social el plano de la produccion material posee un indudable privilegio ontologico frente al plano de la produccion simbolica. Sin embargo, el planteamiento habermasiano de la misma cuestion tiene unos aspectos mucho mas verosimiles: no se trata de negar la centralidad social de la produccion, sino de mostrar como, en la medida en que la sociedad se complejiza, los problemas ligados a la produccion pierden prioridad en el conjunto de la conflictividad social. Puede que la produccion siga siendo el centro del conjunto social, pero este centro esta cada vez mas alejado y mas oculto respecto a la superficie de la vida social. De esta forma, el rol productivo, que en otras condiciones podria determinar inmediatamente las formas de conciencia, deja ahora de hacerlo, o solo lo llega a hacer a traves, de una larga cadena de mediaciones (culturales, de estatus, etnicas, de genero/sexo). Pero cabe aun otra posibilidad mucho mas verosimil, que podemos presentar de la siguiente forma: el hecho de que la produccion sea el centro de la existencia social no tiene por que implicar que la produccion deba ser en todo caso el elemento que organice, fundamentalmente, la conciencia de los individuos. Y ello en dos sentidos: 1. Puede suceder que aun siendo un conflicto productivo el dominante para la existencia de un individuo, quede enmascarado por una realidad social de otro tipo: un conflicto de clase, por ejemplo, puede aparecer deformado como un conflicto religioso o nacional a causa de la coincidencia de las partes en conflicto (de las clases en conflicto) con grupos religiosos o nacionales (un ejemplo muy conocido es el del Ulster). Se trataria asi de un problema deformado por una falsa conciencia, pero no por ello dejaria de ser, en su apariencia religiosa o nacional, un problema real. 2. Puede suceder tambien que, aun siendo la produccion el eje del conflicto social, no sea el eje de los conflictos individualmente asumidos por una persona o un grupo de personas. Cabe aceptar, por ejemplo, que la existencia de explotacion capitalista en la produccion es el centro de la desigualdad social en nuestra sociedad, y sostener sin embargo que para las mujeres de ciertos grupos sociales, cuenta mas, a la hora de definir su identidad como personas, la interpelacion de genero/sexo. Dicho de otra forma: la afirmacion de la centralidad de la produccion no es incompatible con la posibilidad de que la ideologia individual no venga determinada por el rol productivo. Y, ademas, no siempre cabe concluir que esto deba explicarse por razones de falsa conciencia. Puede por el contrario suceder que ello refleje la conciencia correcta de que para una persona o grupo el interes fundamental que debe articular sus actitudes y respuestas no es el interes de clase, sino otro vinculado a diferentes roles, a otras interpelaciones sociales. El sol puede ser el eje del sistema planetario, pero la atraccion de la gravedad solar solo se impone cuando se alcanza una cierta distancia respecto a atracciones menores, pero localmente mas intensas. En los apartados siguientes se intentaran analizar algunas consecuencias de orden politico del razonamiento anterior. Pero ya se puede apuntar la clave del analisis: no se puede contar con aglutinar una mayoria social sobre una concepcion de la ideologia que se limite a manejar intereses clasistas o argumentaciones de orden puramente productivista. Por el contrario, estas solo llegan a organizar un discurso mayoritario cuando logran articularse con argumentaciones no clasistas, pero con las que establecen una cadena de equivalencias que permite designar, por oposicion, un enemigo comun. Este enemigo es ante todo simbolico, y debe resumir todos los terminos negativos de un conjunto de pares de oposiciones en los que los terminos positivos quedan identificados por la cadena de equivalencia que organiza la nueva ideologia mayoritaria. Para evitar que el lector se desespere mas de lo imprescindible conviene poner un ejemplo: la ideologia fascista. Enumeremos oposiciones: -Trabajador/espectador. -Revolucion/statu quo. -Nacionalismo/internacionalismo. -Crecimeinto/decadencia. -Orden/anarquia. -Moral/libertinaje. Es posible que las dos primeras oposiciones desconciertan a quienes ignoren la retorica revolucionaria y antioligarquica de las SA antes de la sumaria liquidacion del ala revolucionaria del nacionalsocialismo en la llamada Noche de los Cuchillos Largos. Pero es facil ver como se establece una cadena de equivalencias entre los (primeros) terminos positivos de cada oposicion una vez que se logra cristalizar en una figura simbolica (la del judio) la fusion de todos los segundos terminos (negativos) de cada par de oposiciones. Asi, el judio, especulador, oligarca, cosmopolita, decadente, que busca el desorden de la vieja civilizacion y lo fomenta con sus habitos culturales y sexuales libertinos, se convierte en el nudo de todas las oposiciones, en el punto de fusion de todas las contradicciones y permite aglutinar, frente al estrecho obrerismo de la izquierda, frente a su escasa imaginacion a la hora de inventar enemigos, una mayoria que ve claramente a su adversario simbolico y real. Definido el judio como enemigo del pueblo ario (la mayoria positiva) todas las diferencias pasan a segundo plano. En lo que Hitler llamara solucion final solo cabe subrayar una exagerada coherencia con el proyecto ideologico inicial del fascismo, una coherencia que ningun demagogo serio (siempre consciente de la distancia que separa la retorica de la dura realidad) se habria permitido nunca. De esta forma, la ideologia fascista (nacionalsocialista) se nos revela como un ejemplo excelente de la articulacion de diferentes interpelaciones para crear una mayoria social frente a un enemigo simbolico. Conviene subrayar (por pura curiosidad analitica) que el hecho de que Adolfo Hitler tratara de llevar a sus ultimas consecuencias su proyecto ideologico, organizando el mayor holocausto de la historia, seguramente no tiene tanto que ver con la misma dinamica de la ideologia como con esa extrema coherencia del discurso hasta sus ultimas consecuencias que Gilbert K. Chesterton (paradojicamente tambien un feroz antisemita) consideraba suprema manifestacion de demencia. * Dirigente del PSOE y director del Instituto de Estudios Sociales Avanzados. (CSIC. Madrid) .