SEC. INF. GRAL. PAG. 2 CABEZA: Socialismo liberal y marxismo analitico (1) CREDITO: LUDOLFO PARAMIO* (Primera parte) *Dirigente del PSOE y director del Instituto de Estudios Sociales Avanzados (CSIC, Madrid) 1. Socialismo y liberalismo Historicamente las relaciones entre liberalismo y socialismo se han caracterizado por una tension ambivalente, muy similar a la existente entre liberalismo y democracia (Bobbio, 1989). Mientras que para bastantes pensadores y politicos tanto la democracia como el socialismo son, por decirlo asi, la culminacion del liberalismo, otros (liberales) han temido que el triunfo de aquellos supusiera la muerte de este. Las cosas vinieron a complicarse aun mas con el ascenso del socialismo marxista, cuya vertiente re volucionaria negaba los valores liberales, y, por ello, paradojicamente, la importancia de la democracia pese a que el propio Marx habia imaginado que la plena democracia (la superacion de una democracia reservada a la burguesia) supondria la llegada del socialismo. Tanto Mill como Marx suponian que la plena democracia acabaria con el liberalismo, al provocar el ascenso del socialismo: con el sufragio universal se impondria de forma inevitable la mayoria de los desposeidos, que al eliminar la propiedad privada pondria fin a las libertades de los poseedores. El temor de Mill era la esperanza de Marx, y de la corriente reformista de la socialdemocracia: la tradicion de la Internacional Comunista, en cambio, negaria tal esperanza y quitaria todo valor a la democracia al c onsiderarla indisolublemente ligada al liberalismo burgues. Asi se entiende la confusion que caracterizaba a la defensa por Rosselli (en 1930) de un socialismo liberal, para, en realidad, argumentar en favor del metodo democratico como via hacia el socialismo (Bobbio, 1991). Hoy, en cambio, se habla de socialismo liberal en otros sentidos, a la vez filosoficamente mas rigurosos y mas ligados a las experiencias historicas del socialismo. Tras el derrumbamiento de los regimenes comunistas, ya no es preciso argumentar en favor del socialismo democratico: se sobreentiende que el metodo democratico es indisociable del proyecto socialista. Por ello, cuando se habla hoy de socialismo liberal es para introducir en el socialismo democratico algun matiz nuevo, para diferenciar den tro del socialismo democratico concepciones distintas, a las que no hay que suponer de antemano como politicamente incompatibles, pero en cuyos rasgos especificos habria que hacer hincapie. La primera hipotesis que se pretende argumentar aqui es la de que la nueva actualidad de la expresion socialismo liberal viene de la creciente conciencia, dentro del socialismo democratico, de que el proyecto socialista no puede prescindir del mercado. En la discusion de las aportaciones del llamado marxismo analitico se tratara de mostrar que, desde esta perspectiva al menos, la concepcion tradicional, segun la cual mercado (capitalismo) y socialismo son incompatibles, pierde su fundamento teorico. Y en la conclusion se tratara de mostrar que, partiendo de la necesidad de redefinir el proyecto socialista en el marco de mercado, se puede llegar al menos a dos concepciones distintas, a las que por comodidad, y sin aludir a las definiciones programaticas de partidos concretos, me referire como socialismo liberal y liberalismo social. Es un lugar comun que el liberalismo nace de la afirmacion de derechos (libertades) frente a las arbitrariedades del poder. El control parlamentario de los impuestos, el derecho al juicio por iguales y en funcion de reglas legitimas, la proteccion de la vida y la hacienda, son limites que la sociedad pone a la discrecionalidad del poder. Y es bien sabido que la sociedad es inicialmente la nobleza, y despues las clases poseedoras en su conjunto: son las clases propietarias las que tratan de impedir que un Estado intencionalmente absolutista les prive de las bases materiales de su libertad. En ese sentido, el liberalismo nace unido a la idea de propiedad: el derecho a la seguridad de la propiedad individual es la primera libertad. Pero a la vez el liberalismo da origen a la idea de democracia, de participacion en el gobierno. Una vez que se afirma que la discrecionalidad del poder debe tener limites, se plantea la cuestion de quienes fijan esos limites. Si el Parlamento debe aprobar los nuevos impuestos, ¨quienes deben estar representados en el Parlamento? Esta pregunta pone en marcha una dina mica imparable que lleva a la idea de representacion universal y al principio democratico: si toda persona es potencialmente sujeto fiscal, el Parlamento debe ser elegido por sufragio universal. De esta forma, en un largo proceso que incluye la definicion de los derechos humanos frente al poder y la extension del principio de que los mismos gobernantes deben ser elegidos, se pasa de los derechos liberales frente al poder a los derechos democraticos a paticipar en el poder. Es mas: a definirlo y constituirlo. De aqui surge la tension entre liberalismo y democracia: ¨todo derecho individual debe supeditarse al principio democratico? Si asi fuera seria concebible un totalitarismo democratico que anulara las libertades de los individuos (o de las minorias) frente a una irrefrenable voluntad general. Y si la primera de las libertades es la propiedad, es previsible que tras el auge de la democracia se tema el ascenso del socialismo: con el sufragio universal, la mayoria de los desposeidos podria imponer leyes e impue stos que supusieran la desaparicion de toda propiedad, y con ello de toda libertad. El temor de Mill no se ha verificado, lo que se interpreta desde una perspectiva pesimista como reflejo de que todos los desposeidos aspiran a la propiedad, aun a costa de la perpetuacion de los males colectivos que la propiedad engendra. Pero tambien puede interpretarse, de forma mas optimista, como el reconocimiento de que la propiedad puede ser legitima si se supedita a los intereses generales. El pensamiento de la izquierda ha subrayado normalmente el aspecto mas negativo en el que el liberalismo de los poseedores ha supuesto una barrera frente al ascenso de la democracia y el socialismo. Pero hay otra cara de la moneda: no se puede afirmar que hay derechos inviolables (para los propietarios) sin que se acabe extendiendo el principio de que todos los seres humanos poseen derechos inviolables. Es notable en este sentido como la demanda de igualdad de derechos para las mujeres surge de la tradicion liberal. No se puede mantener que la propiedad es el origen de las libertades sin admitir que todos los seres humanos, a los que se reconoce como igualmente libres, deben tener iguales oportunidades de acceder a la propiedad. El resultado es una creciente ampliacion del concepto de derechos de ciudadania (Marshall, 1950): en una continua tension entre la definicion de libertades individuales irrenunciables (derechos frente a) y la exigencia de igualdad de oportunidades para todos (derechos a), las sociedades desarrolladas han asumido crecientemente una nueva concepcion de la ciudadania. El Estado debe garantizar a los ciudadanos los recursos para tener unas posibilidades de vida (Dahrendorf, 1983), pero para hacerlo no puede traspasar ciertos limites que definen tambien derechos de los ciudadanos. La necesidad de generalizar el acceso a la educacion o a la atencion sanitaria no justifica la confiscacion de bienes privados, la supresion de las libertades individuales o cualquier otro quebrantamiento de los derechos ciudadanos, tanto de los potenciales beneficiarios de los servicios publicos como de quienes de antemano aparecen como privilegiados que no necesitan de tales servicios para garantizar sus posibilida des de vida. Este equilibrio entre lo que el Estado debe hacer, y lo que no puede hacer, define el consenso dominante en las sociedades desarrolladas tras la Segunda Guerra Mundial. Ese consenso, sin embargo, ha sido desafiado tras la crisis de los anos 70, hasta una reafirmacion fundamentalista de los derechos individuales (de propiedad) que culmina con la tesis de que la imposicion fiscal redistribuidora es un robo (Nozick, 1989). Llamamos neoliberalismo, o pensamiento neoconservador, a este inten to de desandar el camino historico que ha llevado a la combinacion, conflictiva pero coherente, de liberalismo, democracia y socialismo. Se diria ya que el neoliberalismo podria haber sido tan solo un sueno, el espejismo de la decada de los anos 80. Pero precisamente por ello es preciso saber como se plantea el socialismo, ahora, su relacion con el liberalismo. En este punto se plantea la primera hipotesis: la crisis de los anos 70, y el colapso de los regimenes comunistas a finales de los 80, han obligado a la socialdemocracia (entendida como conjunto del movimiento socialista democratico) a aceptar que el proyecto socialista debe definirse dentro de una sociedad regida por relaciones de mercado. Y esto ha supuesto la ruptura con dos ideas que, no siempre conscientemente, han persistido en la tradicion socialdemocrata: que la supresion del mercado es una condicio n necesaria para la superacion de la explotacion y, por lo tanto, una exigencia para el socialismo; y que la supresion del mercado implica una expansion (gradual, en la concepcion reformista, pero ilimitada) de la esfera estatal. La primera idea viene de la tesis de Marx: el intercambio en el mercado de la fuerza de trabajo por un salario produce de forma automatica explotacion (es un intercambio desigual), ya que el salario es el valor de la fuerza de trabajo, inferior al valor del trabajo efectivamente realizado. La diferencia, el plusvalor, es el origen de las ganancias del capital, y la apariencia de un intercambio mercantil libre (fuerza de trabajo por salario) se limita a ocultar la realidad profunda de una explo tacion impuesta por el monopolio de los medios de produccion por una clase social. Ahora bien, este analisis conduce inevitablemente a la conclusion de que solo la abolicion del mercado de trabajo (y por tanto de la propiedad privada de los medios de produccion) puede poner fin a una sociedad basada en la explotacion. Y, por consiguiente, solo la extension de la propiedad publica (estatal) puede eliminar a fin de cuentas la explotacion. A partir de tal concepcion, el compromiso de la posguerra lleva a la socialdemocracia a instalarse en un interregno que significa una doble conciencia: se concibe la experiencia de gobierno de la socialdemocracia como una transicion (indefinida en el tiempo), durante la cual coexisten la propiedad privada y la publica, en proporciones que dependeran del consenso social y de la mayor o men or eficiencia de las distintas combinaciones. El caracter mitico del modelo sueco muestra que, para muchos socialdemocratas, el avance hacia el socialismo significaba que creciera la participacion del Estado en la renta nacional, que aumentara el gasto publico en servicios y prestaciones sociales, aunque en el sector industrial las nacionalizaciones fueran un fenomeno marginal. El crecimiento del sector publico de la economia (el volumen de las nacioalizaciones) podia pasar a segundo plano solo si se podia contar con un crecimiento del gasto publico que permitiera garantizar servicios sociales generalizados y omnicomprensivos (de la cuna a la tumba). Aqui surgia la doble conciencia: se puede postergar a un futuro indefinido la propiedad publica de los medios de produccion siempre que se pueda avanzar hacia la equidad por la via de la redistribucion a traves del gasto publico en los servicios sociales. Pero el Estado, en todo caso, debe crecer para garantizar la igualdad de oportunidades y la reduccion de las diferencias en los niveles de ingreso. Para un socialdemocrata de la posguerra la redistribucion era la segunda mejor solucion en la medida en que la primera (la nacionalizacion de los medios de produccion) parecia inviable a corto plazo por razones politicas y sociales. La socialdemocracia real se dividia asi entre marxistas vergonzantes, que se hacian redistribuidores (keynesianos) en espera de tiempos mas proclives a las nacionalizaciones, y socialdemocratas keynesianos a secas, que no se planteaban nacionalizar la economia en ningun horizont e previsible. Pero ambos compartian un rasgo de capital importancia: la necesidad de un crecimiento ilimitado del papel del Estado para canalizar la oferta o la demanda. Que el mercado debia ser crecientemente desplazado por el Estado era un punto de coincidencia indiscutible. En este sentido, la socialdemocracia de posguerra podia ser al menos compatible con un liberalismo politico ya incorporado en la practica real de la democracia, pero mantenia un antagonismo tendencial con la idea original del liberalismo: que la propiedad privada es el primer derecho y el que garantiza todas las libertades. El compromiso de posguera implicaba una tregua en este conflicto tendencial: los socialdemocratas no planteaban un programa de nacionalizaciones 2, y los liberales admitian, al me nos con su silencio, que el Estado podia tener un papel positivo en la economia siempre que se respetara la propiedad privada. Ese compromiso se rompio cuando la crisis de los anos 70 mostro que, mas alla de ciertos limites, el gasto publico podia ser un obstaculo para la competitividad de la economia, que las empresas publicas no eran necesariamente mas eficientes ni respondian mejor a los intereses nacionales. Asi comenzo tanto la ofensiva neoconservadora como una paulatina reformulacion del proyecto soci alista, en medio de la cual se ha vuelto a hablar de socialismo liberal. 1 "Socialismo liberale e marxismo analitico", en M. Bovero, V., Mura y F. Sbarberi (comps.), I dilemmi del liberalsocialismo, 331-351, Roma: La Nuova Italia Scientifica, 1994. 2 Conviene recordar que tras la Segunda Guerra Mundial muchas nacionalizaciones fueron realizadas por gobiernos conservadores, dentro de una concepcion nacionalista que consideraba necesario el control por el Estado de los sectores economicos estrategicos.  de una concepcion nacionalista que consideraba necesario el control por el Estado de los sectores economicos estrateg .