PAG. 38 SECCION: ESPECTACULOS CINTILLO: CONCIERTO EN EL AUDITORIO NACIONAL CABEZA: Siouxsie: sobredosis de fuego CREDITO: XAVIER VELASCO Dicen los banshees que no hay dos conciertos iguales. Quienes aun eramos virgenes frente a la experiencia Siouxsie, y dejamos de serlo durante la noche tremula del 19 de mayo, tenemos ya razones para temer que, acaso, nosotros tampoco seamos ya los mismos. Con las glandulas placeriparas colmadas hasta la indecencia, con la piel gallinecida por efecto de una electricidad imprevista, presa de la clase de hipnotismo que solo sucede cuando hay dos intensos deseos que se cruzan, asisto a la subita impresion d e que esa voz hiriente, funebre, animal, es solo mia, como el temor a las jeringas y la fascinacion por los epitafios. No en balde los banshees rinden cotidiano culto a la sabihonda crudeza de Iggy Pop: oficiante de un sacerdocio espiritual, corporal y musical que nadie alcanza para disputarle, socia de cuatro tipos no menos dispuestos que ella a dejar la zalea sobre el escenario, Siouxsie imprime a cada instante las huellas de un hambre de cielo que solo puede ser saciada en el infierno. Como Iggy, Siouxsi e devora el futuro y el pasado para escupirlos todos en un mismo presente. En otras partes del mundo, esta banda cuenta con un espectaculo mas nutrido en tecnologia y recursos escenicos. Aqui, todo lo que pueden hacer es salir a defenderse de la nada y el olvido con el empeno suicida de quien no regala menos tributo que la propia inmolacion. Por su parte, los banshees honorarios que conforman a uno de los publicos mas fervientes que ha conocido el Auditorio Nacional, vestidos como hace un siglo vestian los poetas, responden al fuego negro del escenario con arrojo de creyentes: ya rompieron la valla estolida de los pobres guardianes del orden y ahora, indiferentes al refuerzo del reten en los pasillos, avanzan entre las butacas, saltando filas, golpeandose contra fierros y caderas, poseidos por la necesidad organica de hallarse alla, hasta adelante, donde no existe la disciplina, ni la comodidad, ni los efectos del aire acondicionado. Luego de escalar, con el brillo de la urgencia latiendo en las pupilas, las almenas de un castillo repentinamente inmenso, los devotos saltan sobre las cabezas, se estiran, se retuercen con tal de alcanzar un pedazo del escenario donde Siouxsie nos esta leyendo el pasado, recordandonos a puro jalon de entrana que ha puesto nuestros nombres en su testamento. Alejese de estas lineas quien no sepa encontrar en la muerte la lujuria, en el dolor el gozo, en los besos los abismos. Cada vez que se agota una arcada de placer, apenas podemos probar una furtiva rebanada de silencio y las luces caen de nuevo sobre la negrura y la percusion se mete al estomago y la guitarra desflora los timpanos, los moja, los cubre de palabras amorosas como arrullos, hondas como miedos, heladas como el hacha del patibulo. Truena Spellbound, retumba Peek-a-boo, flore ce Dear Prudence, graniza The Killing Jar, estalla Tearing Apart. Del inmenso repertorio banshee, bien conocido por la masa de irreductibles que bailan, saltan y se aplastan al pie del escenario, la banda decidio detonar solo aquellas piezas que encajan en sus obsesiones actuales, reunidas en el deslumbrante album The Rapture. Es quizas por eso, aunque tambien por las megadosis de higado que los musicos invierten en cada ofrenda, que resulta imposible advertir las cos turas entre lo legendario y lo apenas conocido: todos saltan con todas, victimas de un sortilegio que carece de toda frontera interna. El cuerpo elastico de Siouxsie es la playa donde azota una marea humana que los asistentes del escenario son insuficientes para sofocar. La tocan, la abrazan, la besan, la rasgunan, pero aun asi no parece haber huracan con la fuerza bastante para derribar su entrega. Celosisimos estetas, Siouxsie y sus banshees estan decididos a que el poder de la entrana, como los contratiempos que sus relampagos ocasionan, coexista en todos los momentos con el ansia perfeccionista de quien ama profundamente su trabajo. El lo explica que, pasada la mitad del concierto, y especialmente durante los tres regresos que hemos exigido con persistencia jacobina, cada uno de los oficiantes realice su chamba nadando en sudor, igual que lo hacen los mas vehementes amantes, los mas sinceros homicidas, los mas delirantes moribundos. Decia Georges Bataille: El erotismo es una afirmacion de la vida hasta la muerte. Los de adelante gritan Happy House y yo me pregunto si se me hara el milagrito de presenciar The Passenger, el tributo a Iggy que cumplio con el canijisimo requisito de ser al menos tan grande como el original. Conforme la banda se va y regresa, voy haciendome a la idea de que no nos sera dado escuchar ninguna de las dos. Cosa particularmente facil de aceptar cuando la banda se ha discutido con premios tan voluminosos como Red Light, en cuyo transcurso el Auditorio volviose un t emplo infestado por tormentas electricas, mientras Siouxsie se deslizaba por el escenario levantando una pierna, saltando con la otra, mirando hacia las butacas con los ojos repentinamente saltones, resistiendo las cargas de unos fieles que jamas se resignaron a partir sin haberla tocado. Al final, cuando Steve Severin y John Klein caminan extenuados y Budgie salta de la bateria con los impetus de un atleta que ha olvidado su cansancio, no me pregunto por el numero de los que lograron tocar a esta musa del fervor y la estridencia, sino cuantos cuerpos y almas fueron tocados hasta lo mas hondo por el sonido y la vision de tan desmedido ritual. Veo entonces a propios y extranos sumidos en una misma perplejidad. Todo indica que Siouxsie y sus musicos esplendidos han cerrado las bocas de beatos y escepticos y que mas puedo contar, si la dosis me tiene flotando en el limbo. .