SECCION CULTURA PAG. 35 CABEZA: Prorrogas inicuas de la muerte CREDITO: ALFONSO SIMON PELEGRI Teresa de Jesus Tampoco nos consuela el caracter igualitario, "mal de muchos consuelo de tontos", con la que se ha querido minimizar desde los tiempos de la canica. En apoyo de esto, Marco Aurelio decia muy convencido que (...) "Alejandro de Macedonia y su caballerizo, ambos muertos, se reducian a lo mismo". Esto es evidente, pero no convence a nadie si lo considera desde dentro de su propio pellejo. Y en este mismo renglon, nada menos que Shakespeare afirmaba lapidariamente: "Alejandro murio, Alejandro fue sepultado, Alej andro hizose polvo; el polvo es tierra, y de la tierra se hace barro, y ¨por que con ese barro en que se convirtio no podria taparse un barril de cerveza?." Evidentemente, con mis respetos, se trata de la misma gata solo que revolcada en literatura; apantalla, pero no convence. Si nos vamos desde los tiempos preteritos a los actuales, Wittgenstein nos asegura con la mayor seriedad que la muerte no es algo vivido porque no puede vivirse la muerte. Esto tampoco viene siendo nada nuevo, ya que siglos atras, y en otra forma de decir lo mismo, Epicuro sostuvo que la muerte no existe mientras vivimos y que cuando llega... pues tampoco estamos. Y es que, en definitiva, la muerte como problema objetivo deja de ser un problema vital, disculpen la aparente paradoja, y queda reducido a un pr ontuario de platicas bizantinas. Un muy peculiar tratamiento de la muerte, o por mejor decir de la vida como prorroga, nos lo da Jose Donoso en su reciente novela, Donde van a morir los elefantes, al poner en boca de uno de sus personajes, el escritor Marcelo Chiriboga, un delicioso cuento tan picaro como estremecedor. Un hombre condenado a muerte nos refiere Donoso se enfrenta al peloton de fusilamiento despues de los tramites de rigor: lo sacan del calabozo en donde esperaba su sentencia, lo esposan, y escoltado por un piquete de esbirros es conducido al clasico y fatidico paredon en donde le vendan los ojos. No falta la nota de color, o por mejor decir negra, de la comparecencia del sacerdote que reza junto a el las oraciones y la recomendacion del alma acostumbrada; tampoco la notificacion del oficial que manda el peloton de fusilamiento para que el condenado manifieste su ultimo deseo; tambien esta dentro de la atmosfera y los canones del genero la expresion de la voluntad del reo, un tanto espectacular: quiere que se le quite la venda de los ojos y que sea el quien de la senal de fuego al bajar su brazo. El capitan le concede ambas peticiones, y el sentenciado queda con el brazo en alto y la mirada fija; los soldados encaran sus rifles y esperan que este baje el brazo... pero pasan uno, dos, tres, y hasta 10 minutos en vano. Finalmente, ante lo insostenible de la situacion, el oficial da la orden de fuego en agravio a su palabra y honor de militar; los fusiles son disparados al unisono, y el reo es abatido para caer revolcandose junto al muro, y prolongando su agonia siete minutos mas es el computo de Dono so hasta su muerte. La moraleja de este cuento es dejada por el autor al arbitrio de sus lectores. La "inmoraleja", pienso, podria ser la de los 17 minutos de peculiar jubileo que el condenado negocia, en partes casi iguales, al capitan y a una condonacion por su agonia. En este computo ¨de Jose Donoso? la delectacion y el horror, y la aporia, de un tiempo que bien pudiera ser el de toda una vida; o la vida de todos, puestos a ser pesimistas. Pero, que se le hace: doctores tiene la iglesia. ******* .