SECCION ESPECTACULOS PAG. 38 BALAZO: ANTROS CABEZA: Las reinas del Bombay CREDITO: XAVIER VELASCO Ha quedado disuelto entre la bruma del olvido ese instante maldito en el que los antros de moda derogaron, a decibelazo limpio, el sagrado derecho a comunicarnos verbalmente con nuestros complices de reventon. Si, senoras y senoritas: La modernidad trajo a los antros un festin tecnologico que permitio prenar de luz y estridencia el entendimiento de sus habitantes, pero con ello tambien contribuyo al progresivo anquilosamiento de un musculo que, para trabajar, necesita de los deliquios de la imaginacion, el ensanchamiento del espiritu y los acelerones del deseo: la lengua. Si bien la desbordada saturacion de los sentidos requisito basico para mejor desgrenar al pudor, analgesico bendito contra el dolor de la memoria exige una cierta dosis de no-pensamiento, ello jamas deberia ser pretexto para que uno se reviente prescindiendo de las palabras, y dejando asi a la lengua en el mas triste de los desempleos. Las palabras: carisimas alcahuetas que nos conducen de las argucias a las caricias, y del reventon al ave nton. La divina perdicion Quien sabe mover la lengua, lo sabe casi todo en el Bombay: antro exotico pleno de personalidad, turbiamente magnetico, sordido y misterioso como su mismo nombre, rumbero, cumplidor y mas que nada: sobrepoblado de experiencia. En pocos antros se respira la desfachatada sabiduria que aqui mana de las mismas paredes lo cual explica el insistente desprendimiento del papel tapiz de color dorado y textura pringosa, como los grandes suenos de los perdedores, corre por el piso y asciende por el aire pesado, hipn otico, mojado de una desesperanza que arroja a sus cautivos hacia la pista que esta llena de percusiones, infestada de caderas, radiante de ansias insepultas. A la entrada, resguardando la cortina que los bravos cruzan con las espuelas bien puestas, un hombre colmilludo y pegajoso exige al recien llegado su obolo voluntario y uno, que no desea ingresar al Bombay entre obtusos conflictos migratorios, se cae con cinco prodigiosos pesotes y penetra, con esa helada comezon que provoca la certeza del recelo ajen o. No pertenezco al Bombay, pero tampoco soy el primero de sus inmigrantes. Conducido por un mesero cuyos obsequiosos modales bastarian para darle chamba en el Maxims, templado por los tersos elixires de pinon con canela de La Hermosa Hortensia, camino entre mesas pobladas de conversaciones largas, quiza circulares, cuyos protagonistas gozan del raro lujo de hallarse mas alla del pudor y la mesura. Reinas ricas en experiencia, con los muslos o los pechos o los ombligos saltando hacia afuera de sus cuerpos cor reosos, empecinados en la perpetua vigencia, incapaces de rajarse. Mi cuate, que tampoco se rajo para empujarse un litro de curado y llegarle a lo macho al Bombay, se deja caer en esta mesa de largos sillones tapizados de plastico carmesi, pide un tequila sin sangrita y se burla en silencio de la cerveza que el mesero, con sonrisa de socialite, promete conseguirme. ¨Quienes somos? ¨De donde venimos? ¨A quien le importa? La indiferencia de nuestros vecinos de mesa me permite asumir la nula relevancia de nuestra obvia extranjeria. Puesto de otra forma: Hemos sido expeditamente adoptados por el Bombay. Es dificil averiguar los motivos por los cuales determinados tugurios contraen el mal de la hojarasca: de una noche para otra, se llenan de fuerenos desdenosos y esnobistas que acuden al llamado de una subita moda. El Bar Leon y el King Kong fueron, en su momento, imanes de falsos aventureros empenados en adquirir a cualquier precio el fugaz estatus del arrabal, como quien compra una ostentosa condecoracion. Al Bombay no le ha sucedido esa desgracia: su caracter endiabladamente genuino, su esplendorosa deca dencia, sus reinas exiliadas, su permanente ardor, lo hacen poco menos que impermeable a esa hojarasca obsesionada por las apariencias y temerosa de los verdaderos demonios. Quien crea en la perdicion como la diosa maligna que nos hace rodar por un resbaloso abismo hasta sumergirnos en un mar de fango moral, no se acerque al Bombay, so pena de que tan romanticas visiones se derrumben irreparablemente. La perdicion no es el oscuro despenadero, sino el ancho pasillo entre cuyas penumbras rojizas uno se adapta , se acostumbra, se acurruca. Y baila. Y conversa. Y sube al cielo por los caminos prohibidos, asi solo sea para volver al infierno con algunos besos mas en la piel del alma. La danza de la lengua Y no soy de las que hablan mucho, asi que mejor hazme una platica bonita, me pide Guille, una rubia rauda de sonrisa pronta y manos carinosas que se arrimo a la mesa con la iniciativa de un empresario vigoroso y la sabiduria ritmica que aqui dentro es requisito esencial. De un vestir mas discreto que la mayor parte de sus companeras, Guille conoce los alcances de una madurez que con seguridad ha pagado a precio de oro. Mientras otras musas, de corta edad y extenso kilometraje, seducen con su tersura los animos lubricos de cuanto sesenton impetuoso cruza por su campo de atraccion, esta mujer se ha posesionado de su amigo y humilde narrador con la certidumbre de quien se sabe mayor en edad y experiencia, y por lo tanto duena de un glamour que sus colegas jovenes no alcanzan a disputarle. Guille delgada, de modales apenas afectados, accesible como un coctel margarita y femenina como una media de seda se parece mas a una madre de familia de clase media que al resto de las soberanas que dan lo mejor de si mismas en la pista y las mesas del Bombay. Por eso, cuando hablamos de sus mananas, no me sorprende toparme con la fascinacion de lo que los moralistas llamarian una doble vida: De dia, mi companera de baile ya llevamos tres consagra sus esfuerzos a las labores del hogar, el cuidado de la belleza y la atencion a sus hijitos. Cuando la noche llega, escoltada por esos bienaventurados sucubos que jamas nos permitiran caer en la tristisima ruina de una normalidad perfecta, Guille parte hacia el Bombay lista para bailar, conversar, acariciar. A Guille muchos hombres le hacen compania; ninguno la gobierna. Chicas fajosas por definicion, las reinas del Bombay reciben entre sus hospitalarios brazos a un verdadero regimiento de tipos que, por regla general, han salido de los casinos de la vida con mas perdidas que reditos. Ansiosos de obtener el justo reintegro por tanto apostar a las cartas perdidas, a los dados marcados, a los caballos artriticos, estos hombres amacizan velozmente a su pareja y se entregan sin remilgos al rito de bailar y ser bailados, bajo el mandato tenaz de una orquesta breve pero ponedora, experta en calentar los animos, y no solamente los animos de la minimuchedumbre que visita la pista con insistencia y consistencia. El Bombay antro de breves dimensiones, calido como un beso maternal, movido como un pan lleno de hormigas, modesto como un saco de terlenca no es sitio para perderse, sino para tratar de recuperar algo de lo que ya se perdio: Mas alla de la pista, sentado frente a una mesa con su debida botellota en el centro, un tipo de cabeza calva, dentadura escasa, vientre amplio y camisa desfajada recorre con ojos y palmas los enormes, capitulantes senos de su acompanante que lo escucha sonriente, sabihonda, sicaliptica. La ficcion del rompe y rasga ¨Que seria de este antro, y de muchos otros cuyo recio caracter los hace imprescindibles, sin los atleticos quehaceres de la lengua, musculo conversatorio por excelencia? La desdicha, el olvido, la extincion. Se equivoca como una virgen de treinta anos quien piense que los asiduos al Bombay buscan entre sus muros la sola satisfaccion del apetito sensual. Mas alla del raspe y el rico fajecin, lejos incluso de esos bailes embriagadoramente circulares de los que uno goza por solo cinco pesitos la pieza, esta e l placer de una seduccion que no por mas pactada resulta menos fascinante. Palabras bonitas, resbalosas, insinuantes, acarameladas, cinicas, frescas, enternecedoras, pecaminosas, grasientas, antiguas, altisonantes, mordisqueadas, ensalivadas, perplejas: todas valen, todas resuenan, todas conducen hacia el tunel del mas recurrente de los idilios: aquel que uno sostiene con la noche. Prendado de la misma luna que saca de sus cuevas a todos los lobos del universo, escucho el eco de una voz que me sugiere: ¨Bailamos otra... mi amor? Es el baile una de las materias que con mayor exito se imparten aqui, en la Real y Meretricia Universidad Bombay, pero la formacion de los egresados incluye los conocimientos suficientes para defenderse de afecciones tan serias como la timidez, el desamor, la pobreza espiritual y las cobardias de toda ralea. Por eso quienes aqui bailan lo hacen persiguiendo a un mismo vertigo, aun a sabiendas de que al final de la noche no quedaran sino las cosquilleantes anoranzas de quien se atrevio a reinventar el mundo en compania de una botella, un vaso y una mujer sedienta de quimera. Bailar, cachondear, ficcionar: antiguas y eficaces maneras de cumplir con la sagrada obligacion de llevar piedras a la montana. Ficcion, si, pero ficcion honesta. Con estas mujeres se firman pactos similares al establecido entre novelista y lector: lo de menos es la verdad de las palabras; lo autentico, lo turbador, lo genuino es el secreto fuego que las detona. Y cuando las palabras logran esconder las ansias, es el cuerpo quien las delata, mediante un lenguaje cuya expresividad resulta incontrolable para el mejor de los simuladores, porque quien ha resistido en apariencia los embates de un florido castellano puro ablandamiento de artilleria tendra que rendirse frente a la catapulta de una caricia bien puesta. ¨Dinero? Para ese villano jamas habra puertas cerradas: igual se entromete en las familias que en los idilios, que en las ficciones, pero justo es decir que aqui lo hace sin subterfugios de por medio: Tantas piezas, tantos pesos. Pero adentro, en las conversaciones y los roces casi casuales, transcurre un juego que no tiene precio, y del cual se volvera como se regresa de toda ficcion: con la entera conciencia de las fortalez as y las debilidades que nos llevan a ser lo que somos, mas alla de nuestros edificantes propositos. Para el aprendiz de noctambulo, el Bombay es simplemente un antro de rompe y rasga: categoria interesante, pero injusta. A menos que creamos que lo rompible y lo rasgable no es la integridad fisica, ni la ropa, sino acaso los prejuicios, la soledad vitalicia y el terror a la vida en su estado mas puro. ¨Un antro crudo? Mas crudos hemos estado todos, y ni quien nos volviera la espalda por ello. ¨Decadencia? Mal puede pensarse que una mujer y un hombre que bailan diez, veinte, cuarenta piezas juntos estan decayendo. Infatigable, Guille deja correr su palma izquierda por mi muslo derecho. Lo cual, de acuerdo con el lenguaje corporal que maneja con fluidez de lugarena, quiere decir que ya es hora de volver al baile. (Con un movimiento de cabeza, mi cuate me sugiere partir a galope de aqui, pero me basta un gu ino para gritar: No way!) Tomo a Guille suavemente de la mano, cruzo a su lado las mesas que nos separan de la pista y me sumerjo en ese oleaje de cuerpos impudicos, manos hambrientas y cabezas flotantes donde la vida no es sino un escape hacia la luna, un clavado en altamar, una rosa desflorada por los dientes de una reina. es donde la vida no es sino un escape hacia la luna, un clavado en altamar, una rosa desflorada por los dientes .