SECCION: CULTURA PAG. 35 CINTILLO: FRAGMENTO DE NOVELA CABEZA: Paseos por el corazon de Mexico CREDITO: JAMES A. MICHENER Empece a caminar cuesta abajo, agradablemente consciente de que despues de unos cuantos metros veria abrirse frente a mi la imagen de Toledo con sus relucientes torres, pero mientras caminaba me di cuenta de que en el campo a mi derecha habian desaparecido los cactus, pues el campesino indio, quienquiera que fuera, los habia arrancado y reemplazado por filas ordenadas de esa planta sorprendente, el maguey, y mientras caminaba junto a estos arbustos verde oscuro, de la altura de un hombre y ondulantes bajo e l sol, recorde algo que mi padre me habia dicho hace cuarenta anos. Pudo haber sido en abril, mientras caminabamos por el gran campo de maguey, pues recuerdo que el sol era calido, pero no opresivo. Se detuvo, pico un retorcido maguey con su baston y observo, mas para si mismo que para mi: "La tierra no esta conquistada hasta que el cactus es arrancado y el maguey plantado". Era soprendente que mi padre dijera eso, pues para el beber era un acto abominable, y era de estas plantas de maguey, cuyos misteriosos brazos se retorcian en el paisaje como si intentaran abrazarlo, que los indios habian aprendido hacia cientos de anos a destilar la intoxicante bebida del mezcal. Hubiera esperado que mi padre odiara el maguey por esa razon. En lugar de eso, reflexiono: "estas son las plantas que dan la dignidad y gracia a la tierra. Son como bailarinas de bellas manos. O como mujeres. Son la mejor mitad de la vida". Recorde estos curiosos comentarios cuando anos despues lei su libro en Pincenton y llegue a su notable evocacion del cactus y del maguey como simblos contrarios del espiritu mexicano. El cactus era la iniciacion hacia la guerra y la destruccion. En contraste, "el maguey", habia escrito en un pasaje muy citado, "ha sido siempre simbolo de la paz y construccion. Con sus hojas machacadas, nuestros ancestros hacian el papel en el que escribian nuestra historia, con sus hojas secas hacian los techos de nu estras casas; su fibra era la tela que hacia nuestra ropa posible; sus espinas eran los alfileres que nuestras madres utilizaron para traernos a la civilizacion; sus raices blancas proveian el vegetal con que nos fortificabamos; y su juego se convirtio en nuestra miel y despues de un tiempo en el vino que nos destruyo con su felicidad y sus visiones inmortales". El cactus, escribio mi padre, era el espiritu del cazador solitario, el maguey era la inspiracion del artista que construyo las piramides y decoro las catedrales. Uno era el espiritu masculino tan dominante en la vida mexicana; el otro era el femenino: el sutil conquistador que invariablemente triunfa al final. Mi padre argumentaba que el indio trabajaba toda su vida luchando contra el cactus y recibia su unica tregua del dulce licor del maguey. Tambien habia escrito que si el cactus era el espiritu visible del centro solido de la tierra que genero la vida, los retorcidos brazos del maguey eran la cuna verde de la naturaleza que hacia la vida posible. Terminaba su comparacion con el pasaje que mas tarde se escribio en su monumento: "Donde se encuentra el cactus y el maguey, mi corazon esta enredado en la marana de Mexico" Aqui, a mi lado, en Mexico central, se encontraban el cactus y el maguey. Por un instante, en estos campos adyacentes, el irredento cactus y el ambicioso maguey estaban juntos, y en ellos estaba enredado mi corazon como lo habia estado en el de mi padre. Era un ciudadano americano y habia ayudado a proteger a mi pais en dos guerras, como piloto de combate en la Segunda Guerra Mundial y como reportero del frente en Corea, pero mi hogar espiritual tenia que estar aqui, pues de alguna manera estas dos plantas habian ayudado a determinar mi caracter. Enfrentaba unos doscientos metros de camino ascendente, y el trabajo de caminar se hizo arduo, pero fui fortificado por la seguridad de que en unos instantes podria disfrutar otra vez de la vision que me habia tentado a abandonar mi comodidad relativa del autobus. Finalmente me acerque a la cresta de la colina donde el camino sigue una saliente entre dos cumbres rojizas. Con los ojos a medio cerrar camine los metros faltantes hasta que senti la fresca brisa que me saludaba del otro lado del portesuelo. Me d etuve, abri grande los ojos, y tuve frente a mi la vision de mi juventud. Era la ciudad de Toledo, la vieja ciudad minera de los dias coloniales, sus monumentos estaban intactos, el mas bello paisaje que he conocido. El famoso historiador y narrador James A. Michener, despues de novelar una historia de Texas, una de Hawai y una de Polonia, y de escribir trabajos historiograficos sobre Espana, el deporte en Estados Unidos y sobre temas japoneses, entre otros, ha decidido escribir una voluminosa novela sobre nuestro pais, cuyo protagonista es un narrador oriundo de la ficticia ciudad de Toledo, con ancestros norteamericanos y espanoles, pero cuyo corazon, como el mismo dice, "esta enredado en la marana de Mexico". Traduccion: Carlos Vidali Rebolledo Copyright: Fawcett Crest. .