SECCION ESPECTACULOS PAG. 37 BALAZO: ANTROS CABEZA: El renacimiento de Las Uvas CREDITO: Xavier Velasco Elegir a un complice de reventon es tan sencillo y al mismo tiempo tan complicado como dar con un buen companero de viaje. Por eso esta noche, decidido a reptar entre los rincones de un sitio famoso por la consistente practica del amor pagado (variante mercantil del amor correspondido), he resuelto solicitar la complicidad de mi viejo amigo Alejo: uno de esos tipos cuya naturaleza hiperlujuriosa los hace particularmente vulnerables al siroco de las mujeres publicas. Los peros del factor Barbie ¨Que tal se ha puesto Las Uvas?, me pregunta el perdulario, acaso reviviendo el anorado contacto con esas pieles que nunca pichicatearon sus favores a todo aquel que se mostrase dispuesto a corresponder a su nobleza no con rosas, ni con estrellas, ni con un anillo de compromiso (poderoso afrodisiaco para las mujeres que se dicen decentes), sino con la mas sencilla y encantadora de las galanterias, que como a todos nos consta es un ramo de billetes, cuanto mas tupido mejor. Los ojos vidriosos de Alejo , a quien durante una epoca le falto muy poco para recibir su correspondencia en el buzon del viejo bar Las Uvas, me permiten confirmar que no equivoque la eleccion. Mientras los eternos buscadores de Barbies, deslumbrados por los mismos mitos que acomplejaron a Moctezuma Xocoyotzin, rinden tributo y vasallaje a los cuerpos perfectos del Royal (antro suntuoso, popular por sus chicas de importacion, donde el factor Barbie alcanza su expresion mas acabada), mi complice, que hace anos no abre un Playboy, se inclina por otra clase de princesas... Hablo, mis amigos, de aquellas mujeres cuya belleza se rie de la perfeccion, y es mas: son sus imperfecciones, su escandalosa lejania del aseptico factor Barbie, el magneto que las vuelve omnipotentes y, antes que eso, unicas. Mujeres asimetricas, desdenosas del modelo, cuya sensualidad vive mas alla de las sonrisas comerciales que han prenado al factor Barbie de una falsedad equiparable a la frescura plastica de las hamburguesas multinacionales. Mujeres que nunca se sintieron beldades, pero h ace tiempo que se saben seductoras. Mujeres cazadoras, mujeres vampiro, mujeres ricas en experiencia y pobres de prejuicios. Esas son las presas que buscamos en Las Uvas, con la certidumbre de que en su fisico hermoso las imperfecciones no son defectos, sino poesia. ¨Quien se atreveria, en su sano delirio, a renegar de una mujer extravagante? Alejo no, y yo tampoco. Por eso damos grandes pasos sobre la banqueta de General Prim, pasando de largo frente al Tavars y sus mujeres perfectas. Tan perfectas, dice Alejo, presa de una fugaz ensonacion, que cualquiera de ellas podria ser la madre de mis hijos. Pero como resulta que no hemos venido hasta aqui para conseguir conyuge, optamos por seguir el sendero que conduce hacia el sitio donde se hallan, venerables y abgnegadas, las madres de nuestras perversiones estas ultimas, hijas legitimas en constante y orgulloso crecimiento. Unos metros mas alla, justo abajo de las centelleantes frutas que un dia se mudaron de Milan a General Prim, las puertas de Las Uvas se nos abren con todo y secretos. Alejo da dos pasos, mira en su derredor y esboza la indiscreta sonrisa de quien se sabe de vuelta en casa. Y eso que Alejo, clavadas sus retinas en los continentales muslos que han cruzado por su cebrero como una colilla pr endida por una estacion de gasolina, ignora la clase de agasajo sensorial que nuestro socio el Destino le reserva. El calentamiento No parece Las Uvas un antro irrepetible, pero su atmosfera en mas de un sentido acogedora, sus espacios estrechos y sus vivisimos recursos humanos resultan amplios, cumplidos y bastantes para que uno se sienta prontamente adoptado por el lugar. Los alcoholitos, esos imprescindibles alcahuetes, se dejan chupar por algo menos de treinta nuevos pesos cada uno, pero quien se dispone a dejarse llevar por los hechizos de Las Uvas hara mejor pidiendo una botella. Quien sabe por que, pero de algun modo las tella s tienen un extrano poder de seduccion entre ciertas morrillas: basta con que cualquier tella se plante sobre una mesa para que tales senoritas, empujadas por una sed metafisica que no explican por si mismos el liquido y el billete, comiencen a sobrevolarla. El mesero nos tranquiliza: No hay cover, y Alejo decide celebrar tan bella gentileza desvirgando una botella. Un minuto antes de que la pocion arribe, Ivette pasa junto a nosotros y sube a la pista, poseida por la seguridad que da el saberse contemplada, desde ya, por una breve pero sustanciosa tribu de hombres cuyas glandulas salivales han comenzado a chambear. ¨Quien no desea, entre todos estos tipos en apariencia circunspectos pero progresivamente aflojados por la inminencia del frenesi, comerse a Ivette pedazo a pedazo, descoyuntarla, exprimirla? Verdadera joya del mestizaje local, pelo castano y cuerpo largo, rico en abismos y peraltadas, Ivette se despoja de sus ropajes con arrogancia de diva, sin detener la vista en su publico, pero eso si: preocupada porque todos podamos apreciar el espectaculo de su impudicia. Es necesario reconocer, sin embargo, que Ivette descansa mas en el golpe de vista propinado por su cuerpo ese subito flash al que llamamos gatazo que en el desarrollo de artes mas personales, poco menos que obligat orio en su admirable profesion. En tal sentido Ivette, beldad incuestionable, no se halla muy alejada del factor Barbie, en el cual la mujer suele considerar a su hermosura como un regalo del Altisimo (de ahi que no se preocupe mas por dar a esa belleza el solido respaldo de un espiritu generoso e insaciable). Pero los minutos pasan y la paciencia de Alejo escasea. Dice mi companero de mesa que antes, cuando Las Uvas era un simple bar, sus mesas estaban repletas de parroquianos y las morras, apenas advertian su llegada, volaban a prodigar sus atenciones. ¨Tan temprano?, le pregunto con un ojo en el reloj, y hasta entonces Alejo cae en la cuenta de que son las once y media. Para un antro acostumbrado a cerrar a las cinco, el calentamiento apenas empieza. Y para quien lo dude ahi esta la mujer de verde: forrada por algunas cintas de minimo espesor, cubiertas sus helenas (sustantivo admirativo que designa a la baja espalda cuando se distingue por su hermosura helenica) con un pano que tiene los inquietantes brillos del neon y la naturaleza volatil de un petalo desfalleciente, desabotonando la camisa de un hombre que hasta hace cinco minutos se acomodaba la corbata.

¨Y a poco yo estoy pintado?, refunfuna Alejo, preguntandose a que hora se pone bueno el asunto. Es decir: en que momento vendra una de las senoritas que deambulan por los pasillos a levantar su ego, acicatear sus impetus y, al final, apaciguar a punta de caricias las ansias que desde hace rato lo tienen mordiendo el vaso, chupando los hielos, sirviendo el chorro de aguaquina en el mantel. Las mordiditas de Sally En eso estabamos cuando llego Sally, y despues de Sally la pista no volvio a ser la misma. Duena de una intuicion estetica notoriamente mas desarrollada que la de sus companeras, Sally es la gran duena de la pista. Indecentemente morena, con la mirada mas profunda que un sacrilegio en Viernes Santo, Sally sonrie como un demonio. No tiene, como Ivette, un cuerpo perfecto, pero me atrevo a decir que Sally es una gran administradora de sus imperfecciones. De ahi que, al menos aqui dentro, esas disonancias l uzcan sensuales como ninguna. Sally camina lento, casi titubeante, y a su paso deja una estela pecaminosa que contagia las columnas, el piso, los espejos, el tubo que se yergue a media pista. Luego se cuelga, se estira y contempla, de mesa en mesa, de estupor en estupor, a sus contempladores, como una hembra de murcielago que antes de encajar los colmillos en su victima tiene la suprema desfachatez de pedir permiso. Conforme va encontrando en los ojos de todos la misma rendida suplica, Sally se despoja de la ropa, sonriente y parsimonio sa. Y no bien se ha desembarazado de las estorbosas tarzaneras, la mujer se tiende, se extiende, se toca. De cuerpo ductil y huesos elasticos, Sally hace un perfecto split sobre la duela, mientras remoja las puntas de sus dedos entre los labios mas ansiados de la noche. Cuando Sally, colgada del tubo de aluminio como una figura de carrusel, posa su vista en nuestra mesa, lamiendose las yemas, Alejo ladra. Y unos instantes mas tarde, terminado el espectaculo, su amigo y humilde narrador debe sofocar u n graznido impertinente, motivado por el cuerpo perfectamente desnudo que se detiene veinte centimetros mas alla del recipiente de los hielos. Con legitimo azoro, Alejo comprueba que ninguno se ha derretido. Despues vendran mas mujeres, incluso subiran todas a la pista, respondiendo a la presentacion en sociedad que toda persona educada suele practicar frente a los desconocidos, pero mi amigo Alejo ya no pensara sino en Sally. Sobre todo ahora, cuando Sally, casi confundida entre cuatro de sus companeras, trabaja con ahinco en otra mesa. Observen ustedes a esos felices burocratas, miren el vigor de sus manotas ajenas a crisis y devaluaciones, chequen lo poco que les importa el alza en las tasas de interes frent e a la sensible baja de sus mas elementales inhibiciones. En este momento, y de aqui en adelante, las mesas bien servidas seran solo las que tengan a mas de dos mujeres en sus sillas. ¨En sus sillas? No, senor! Las muchachas se montan precisamente sobre sus clientes, una y otro con el pecho desnudo, la boca abierta y las manos bien ocupadas en un teclado que repite los mas encendidos acordes de la Polonesa Erotica. Semejante paisaje orgiastico no es suficiente para convencer a Alejo de conformarse c on la gentileza de las chicas que llegan a saludarnos, efusivas y obsequiosas. Alejo ruge: Quiero aqui a Sally!, y el eco metalico de su voz me permite intuir que mas tardara el proximo trago en pasar por mi garganta que Sally en venir hasta aqui. Si quieres pasarte la cancion completa conmigo encima de ti, entregame un boleto de sesenta pesos, pero si me das tres, nos vamos juntos al privado, nos desnudamos completamente y nos acariciamos por tres canciones, ronronea Sally, zapatos de tacon, diminuto chaleco bien abierto al frente, brevisima tanga surcandole unas caderas que de ninguna manera son pequenas, la mano derecha pepenando la entrepierna del cliente. Aturdido pero presuroso, Alejo le hace una sena a la senora de los boletos, suelta t res arrugados billetes de veinte nuevos pesos y se tiende sobre la silla para que Sally, jinete de primera, lo monte de un solo giro, le bote todos los botones de la camisa y se despoje del prescindible chaleco. Sally abraza, besa, se desliza, oprime, salta sobre la humanidad de un cliente abrumadoramente satisfecho, mientras una devotisima medallita brinca entre sus senos hipercineticos. A la mitad del jaripeo privado que ya despierta el morbo de las mesas vecinas, la mujer resbala lentamente hasta quedar de rodillas en el suelo, tomar a mi amigo por las caderas y abalanzarse sobre la textura de su pantalon. Deben ser dos, quiza tres las delicadas mordiditas que Sally le administra precisamente alli, donde la sangre se junta para darle cuerpo al ansia, continuidad a la especie y sentido a la vida. Agilisimo reptil, resbaladizo anelido, la mujer cambia de postura sin cesar, cual si lo suyo no fuese menos que una danza infinita. Pero todo se acaba en esta vida y los sesenta pesos de Alejo no son la excepcion: de subito, la cancion termina, Sally le regala un beso, uno mas para su amigo y humilde narrador y alla van sus caderas, camino de un nuevo, devastador galope. Alejo me mira con cara de idiota, saca su cartera, cuenta su dinero y me pregunta, como si nada: ¨Que hora es? Miro el reloj y le respondo que faltan exactamente doscientos sesenta y tres minutos para las cinco. El mesero aconseja: Si van a pasarle al privado (especie amplia de probador, con una cortina corrediza) mejor vayan apuntandose porque hay varios esperando en la lista. Amazona lubrica y divinamente desfachatada, Sally me hace un guino desde su dura cabalgadura. Creo que vamos a ser grandes amigos. .