GUIA: ILUSTRA SECCION CULTURA PAG. 15 CINTILLO: HISTORIAS CABEZA: La ilustracion a ultranza CREDITO: Esteban Sanchez de Tagle "Nunca hubo, en ningun pais europeo, un despota que se preocupase seriamente por la Ilustracion", dice el historiador Joseph Fontana discurriendo en torno a la epoca del llamado Despotismo ilustrado. En Nueva Espana, claro que en diminuto, confirmaciones de ello podrian multiplicarse. El afrancesado virrey Carlos Francisco de Croix, por ejemplo, nos ofrece un caso notable de este imposible hibrido que fuera el despota ilustrado. Este virrey llego a America en 1766 deslumbrado por las transformaciones que viviian las principales capitales europeas. En aquellos anos, por recrudecer su absolutismo, los monarcas se empenaban en trasladar de sus palacios a la capital de sus estados, la monumentalidad, la teatralidad del poder, de su poder. Las capitales tendrian que mostrar a todos la pujanza del avance estatal. Su cargo de virrey, pero tambien el halago, la adulacion, el regalo con que los criollos -como siempre hacian- lo buscaron corromper no bien llego al virreinato, todo predispuso a que el marques quisiera vivir en Nueva Espana sus suenos de grandeza. Y luego el agravante de la ciudad sede, que tan generosamente ofrecia en la recta impecable de sus calles la perspectiva necesaria, premisa de la monumentalidad. Todo parecia dispuesto. Tuvo entonces que parecerle intolerable el que en contraste al notable orden con que se alineaban los espacios privados, el estado de los pavimentos fuera tan desastroso. Porque en efecto, la palaciega Ciudad de Mexico tenia en el piso su lado flaco. En su suelo blando, el peso habia hundido a no pocas construcciones, y estas obligado a la calle a un nivel desigual que dificultaba y aun imposibilitaba la circulacion, principalmente la de las aguas; fluir del que dependian los drenajes. Asi que esgrimiendo indisputables argumentos ilustrados de higiene, en voga en Europa, el virrey se dio a la tarea de modificar este estado de cosas "a imitacion de lo que se ha practicado en esa corte, y con el deseo de que por estos medios se admire en esta capital una de las poblaciones mas perfectas y hermosas del universo". Agregaba el virrey, "desde que conozco esta capital se han dirigido mis deseos a que tenga en sus calles, plazas y acequias la hermosura que merece su planta, y sus habitantes la co modidad de caminar sin estorbos, tropiezos, inmundicias y otros desagradables embarazos en su uso y transito". Nadie hubiera podido discutir la necesidad de empedrar y de reglamentar consecuentes sistemas de saneamiento. Lo malo fue que, congruente con sus ansias de gloria, le dio por ejecutar un empedrado elegante y tan delicado que exigiriia un uso escrupuloso. Un empedrado practicado "con general aplauso en el reino de Francia", donde seguramente no tenian un piso fangoso. Fue como si nos enteraramos que nuestras autoridades, alegando el penoso estado general de las calles, decidieran alfombrar. El empedrado a la francesa fue llevado a cabo con tal desden por las maneras de hacer de la ciudad, con tal desprecio por las a utoridades locales, y con tal desproecupacion por costos o consecuencias, que se hizo enemigo de todos. Los excesos del virrey llegaron pronto a oidos del monarca. El revuelo de quejas y las deudas que provoco, hicieron imaginar a alguien que era como si hubiera sido "cubierto con planchas de plata". Naturalmente las obras tuvieron que ser suspendidas sin ir mas alla de las que son ahora las calles de Madero. Lo que no revirtio fue el afan de los virreyes y ministros de esos tiempos, por utilizar, por abusar, para su mayor gloria, de las axiomaticas bondades de las ideas ilustradas .