GUIA: MISTICA SECCION CULTURA PAG. 11 CINTILLO: DIVERSA CABEZA: De mistica CREDITO: Alejandro de la Garza Al igual que la de la mayoria de los mexicanos, mi infancia fue marcada por la religion catolica. Cruce por los prime-ros 10 anos de mi vida envuelto en los misterios oscuros del cristianismo, primero de forma inconsciente y, posteriormente, entregado a una artificial pasion mistica que no era sino infantil ambicion de trascendencia y absoluto. Impulsado, inspirado y muchas veces obligado por mi abuela, acudi asi puntual al cumplimiento de los ritos infantiles propios del cristianismo: del bautizo y el cate c ismo a la primera comunion, los frecuentes rezos domesticos, las confesiones y las dominicales visitas a la iglesia. Con el tiempo y la natural rebeldia de la pubertad y la adolescencia, clausure en definitiva esa etapa de mi vida de la que sin embargo mantengo recuerdos vivos y contradictorios que son historia vivida y, de alguna manera, formativa. La idea del Dios catolico que yo percibi fue generalmente atemorizante y tormentosa. El Dios catolico rigido y severo, que castiga y mira desaprobatorio y omnipresente todos nuestros actos, fue una concepcion obsesiva y con frecuencia angustiante para la que tuve que encontrar antidotos practicos. Asi, durante el ciclico rezo de los dias primeros de mes, que hincados y contritos practicabamos familiarmente, recuerdo sobre todo la compleja oracion endecasilaba que se recitaba o leia en voz alta, poblada de palabras y significados que no entendia del todo, pero cuyo ritmo y musicalidad iban invadiendo la casa y mi cabeza alentando mi aficion al lenguaje y sus sonoridades. El mismo efecto me causaban las viejas plegarias que automaticamente y siempre en voz alta blandian mi abuela y mi madre ante la tra gedia, los accidentes o el impacto histerico y atemorizante de un temblor de tierra. En esos momentos, mas alla de las palabras que poco a poco dejaba de escuchar, lo que me impresionaba era el ritmo, la cambiante velocidad del fraseo, los tonos oscuros y reposados o brillantes y efusivos de las palabras. Lo que me apasiono de la primera comunion, fue pertenecer al coro durante dos anos, lo que ademas de entusiasmarme deveras, me daba la oportunidad de abandonar el salon de clases para pasar al auditorio de la escuela y, como uno de los elegidos, ensayar las canciones alabatorias a Cristo y a la Virgen entre las cabulas, los desafios y los jugueteos de una veintena de ninos cantores. El inquisitorial rito de la confesion, que tambien practicaba mensualmente, fue siempre una autentica tortura, una especie de tormento en la tetrica y oscura camara del confesionario. Para soportarla utilice como antidoto la elaboracion de una formula sencilla que enumeraba dos o tres faltas inocuas, como decir groserias y desobedecer a mis padres, y repetiria como automata al severo parroco de la iglesia de la Coronacion, con lo que me evitaba problemas, me ahorraba horas de penitencia y me sentia despreci ablemente hipocrita. Otros de los antidotos para las dominicales visitas a la iglesia, eran, desde luego, las ninas y muchachas que las visitaban, pero sobre todo las iglesias mismas, que llegaron a causarme autentica fascinacion. Entre la penumbra, los ritmicos murmullos de la gente, las sufrientes figuras de santos y virgenes, la atmosfera nebulosa y cargada, el olor al incienso y a multitud, llegue casi a alucinar en las abarrotadas y promiscuas iglesias de los rumbos de la colonia Roma. Frecuentaba la Coronacion, cuando mantenia aun su pequena pero finamente disenada torre de campanario, lucia de color amarillento y ofrecia tambien la ventaja de su vecindad con el parque Espana. Hoy ha sido remodelada sin gusto, con la misma tendencia hibrida, entre modernista e indefinible, que caracteriza tambien a la iglesia de la Villa. La masiva y gigantesca mole de la iglesia conocida como La Sabatina, en Tacubaya, tambien persiguio mi infancia con su aire intimidatorio y ominoso. Me gustaban mucho m as las iglesias de Santa Rosa de Lima y de San Juan de la Montana que mantiene aun hoy, en plena colonia Condesa, el cuidado de su cantera rosada y sus estructuras de clasicos campanarios barrocos. De todas estas infantiles experiencias digamos misticas, derivo mi gusto por las palabras, la poesia, la literatura. Mi indeclinable aficion al canto y la buena musica, y un curioso gusto de profano por la arquitectura y las atmosferas cargadas de los templos religiosos. De otros conceptos religiosos como la culpa, las transgresiones y el pecado, a los que Luis Cardoza y Aragon llego a considerar las mas placenteras invenciones del cristianismo, tambien derivo otras inclinaciones personales que quiza expond re en algun otro trance de evocativo misticismo .