SECCION CULTURA PAGINA 38 BALAZO: ANTROS CABEZA: Montecarlo y sus carnadas CREDITO: XAVIER VELASCO Traes el tanque lleno en la noche de un sabado apenas brioso. Has cargado gasolina en la estacion de Insurgentes y Sullivan, donde le compraste un peine a Rosa: mujer afectuosa cuya extensa experiencia nocturna le da credenciales de vidente. Dice Rosa que todos andamos mal, y te preguntas si en realidad estaremos tan mal que, Dios no lo mande, ya nos estamos volviendo buenos. Por eso arrancas de inmediato en direccion a la colonia de los Doctores: buscas a los malos, y ya sabes donde encontrarlos. Trinchera de solitarios Antes de malearse, los malos eran solitarios, y ya nunca dejaran de serlo. Hoy, con la luna creciendo entre las nubes, los solitarios, los faroles de la calle, los hombres a los que nadie parece querer, se dispersan entre avenidas abandonadas y antros agonizantes. Estacionas el coche uno de esos juguetes apantalladores que los solitarios usan para buscar compania frente al Montecarlo y el portero, equivocadisimo, asume que traes los bolsillos repletos de billetes y plasticos crediticios. Pobrecito!, piens as, un segundo antes de comprender que el primer pobre de esta historia eres tu. Pero el portero se ha tragado el cuento de la nave deportiva y eso es lo unico que cuenta. Si el Montecarlo funciona como los demas antros de su raza, esta noche seras atendido cual si fuese Frank Sinatra el recien llegado que camina derecho hacia una de las mesas de pista. El mesero acude presuroso, como queriendo adivinar si lo tuyo es el whisky, el conac o el Grand Marnier. De modo que, para de una vez ir poniendo los puntos sobre las ies, le solicitas una buena cerveza. En lugares como este, donde las buenas bebidas nunca estan libres de sospecha y las herederas de Valeria Mesalina persiguen sin descanso a los buenos bebedores, tener la botellota de Lager en la mano es una buena forma de cuidar tres bienes preciosos: el higado, la cartera y el espacio vital. Crees, en sum a, que la cerveza servira para mantenerte solo en tu trinchera, por lo menos mientras llega la hora de contemplar el anunciadisimo segundo show. Ignoras, en tu torpe vanidad de hombre solo, que para cuando recibas en tu mesa la primera botella, tu expediente ya sera parte de los archivos secretos del Club Montecarlo: los meseros, los porteros y las mujeres te habran ubicado, clasificado y cotizado. Alguien te habra escogido, estaras en su mira. No importa donde ni como estemos, quienes llegamos a un antro solos quedamos a merced de los demonios del romance. Creemos, porque asi necesitamos creerlo, que todo encuentro sensual sera consecuencia de nuestros innatos encantos, o de una sonrisa oportuna, o del azar objetivo, pero nunca de los billetes que aparentamos cargar. Si a una mujer, asi tenga uno de tus cheques en sus manitas, se le ocurre decirte que no hay en el mundo mas hombre que tu, nunca te pasara por la cabeza que tu aduladora es una men tirosa. Ha muerto la medianoche y estas indefenso: como los otros quince, veinte noctambulos que habitan las escasas mesas ocupadas, creeras a corazon abierto cuanto tus ojos miren, y si el cerebro se pone impertinente lo meteras en cintura con otro buen trago. La marca es lo de menos: para quien tiene sed de romance, cualquier cerveza es champana. Una y otra vez, la banda de Los Elegantes envia saludos a las trabajadoras del talon. Son pocas, pero casi todas estan ocupadas, danzando bajo la cadencia de un exito grupero, escuchando el relato concentrico de un solitario locuaz, pidiendo nuevos tragos al mesero, agradeciendo las dedicatorias de Los Elegantes. Con sus sacos de colores marca Aqui estoy!, con la sabiduria chevere que solo se obtiene a puro desvelon, con ese inmarcesible chic que da el diario trato con mujeres veloces, Los Elegantes agasajan a sus clientes y companeros por una suma escandalosamente razonable: diez pesitos la cancion, y ahi esta la lista para que escoja la que le guste. Pero la que te gusta ya esta en junta: rodeada de tipos empenados en festejar su presencia, una mujer pobre de pudores y rica en protuberancias alza su copa y eleva una carcajada que coincide con el cambio del paisaje: Los Elegantes saludan la presencia de Fiamma musa primera del espectaculo que a diario se repite por triplicado y cede n el microfono a una cronista oculta cuyos comentarios crudos, callejeros, amenamente obscenos, daran al escenario y a la noche un toque de intimidad lugubre y morbosa. El morbo al natural Fiamma es baja de estatura y tierna de facciones. Su imagen, a unos metros de distancia, semeja la de una nina que accede lenta, timidamente, a los primeros peldanos de la pubertad. Fiamma baila, gira y se estira con un porte casi angelical. Bastaria un poker de tequilas para ver en sus ojos a la Brooke Shields de Pretty Baby, pero en un instante, al comienzo de la segunda cancion, Fiamma saca los colmillos para que observes en todo su cuerpo la transfiguracion de Linda Blair frente a su exorcista. C on la cabeza recargada en una columna tapizada de espejos, Fiamma escenifica la capitulacion de unas bragas que bajan lentas por sus muslos cortos pero bien alimentados. Cabello largo fluyendo por la espalda, ojos que miran hacia adentro y la expresion de quien ya sabe como alcanzar el olvido de si misma: Fiamma camina desnuda por la orilla del escenario, hace un alto frente a cada mesa, rota sobre su eje y se va yendo hacia el rincon donde unas manos la cubren con una bata blanca y la dejan partir hacia lo obscuro. La Gera, que es como llaman Los Elegantes a una mujer cuyo nombre nahuatl has olvidado, ataca la pista con el artilleo de una osamenta que vibra sin descanso y la polvora de una sonrisa puesta y dispuesta para el desmadre puro y redentor. Es asi, temblando cual gelatina deseosa de ser mordida y sonriendo igual que una Gioconda echada a perder, como la Gera se lanza a ganar entre los desvelados. Para su cuerpo correoso, que con ropa o sin ella es todo carnaval, el Senor Morbo no es un gato v ergonzante agazapado en la penumbra, sino lo contrario: una ruidosa guacamaya que abre sus colores al sol para que sean vistos. Como ustedes la querian ver: al natural, susurra la cronista desde algun hueco invisible mientras la Gera, ya en confianza, se deja encuerar por dos de los inquilinos de la mesa que hace cinco minutos abandono. Y ahora vienen los pelos!, promete la voz de mujer que continuamente cabulea con las estrellas del espectaculo. Sin perder un milimetro de su sonrisa complice, la Gera embarra sus haberes en las retinas de cualquiera que la favorece con la contemplacion o el aplauso. Y asi se va: sonriendo por uno y otro grito, por los ojos y la lengua, por arriba y por abajo. En cuanto miras a la tercera estrella, descubres que la Providencia se ha puesto de tu lado: la mujer de la carcajada esta sola en el escenario, mirandote, cubierta por un vestido espejeado que muy pronto caera. Leiste bien, la mujer ha posado sus ojos en ti, y es mas: se muerde los labios, se toca las caderas, se oprime unos senos que son cualquier cosa menos pequenos. A partir de aqui actuara solo para ti. En lo profundo de tu exaltado ego, asi lo quieres y asi lo crees. Abril se llama esta mujer cuya lo comotora te lleva por la pista como a un pobre vagon sin vias. De meneo en meneo, de tumbo en tumbo, del cuello a las pantorrillas, Abril reparte sus orgullos con un alto sentido de la equidad: nadie se queda sin asistir, muy de cerca, en la privacia de una complicidad fugaz pero segura, a los reconditos rincones que le han dado prestigio entre los solitarios que, como tu, han caido en el sedoso cautiverio de su sexo iman. Cuando Abril se va, choteada y albureada por la cronista, soberana de un reino que recien conquisto un territorio en tu memoria, la sigues con la mirada tranquila de quien ya se entero de la noticia importante: dentro de una hora, las tres desnudatrices volveran a la pista. La siguiente maniobra tiene validez universal: se alza tu dedo indice y, cuando es visto, baja como un clavadista hasta rozar el cuello de la botella, para de inmediato trazar un raudo, brevisimo circulo en el aire. Y el mesero, que por supuesto habla el idioma universal de los borrachos, entiende que quieres otra chela. Tambien comprende tus motivos: estas apenas saboreando la carnada y necesitas de un buen trago para digerirla. Los solitarios podran vagar por el mundo presas de una helada y recurrente in comprension, pero una vez que arriban a su patria la Republica de la Noche, con sus diversos consulados esparcidos en forma de tugurios por la ciudad entera pueden confiar en que todos, desde la senora que trapea los banos hasta la senorita que les tuerce aun mas la conciencia, se desviviran por conocer sus problemas y hacerlos suyos. Junto con sus morlacos, claro esta. El beso de Abril Abril ha vuelto a la mesa donde sus amigos, en calidad de parrillas, la esperan solicitos y esplendidos. Cada vez que sus pupilas adiestradas para captar al mundo entero de reojo advierten tu curiosidad, Abril te sonrie y brinda. O levanta dos dedos a tu salud. O sube a la pista, se deja abrazar por la pareja en turno y envia mensajes indiscretos hacia ti haciendo con la mano la senal de los billetes, esbozando con el rostro un rotundo Ni modo! y juntando el pulgar y el indice como quien endosa su futuro inmediato a tu nombre. Aqui, entre las mesas agonicas del antro grotescamente vestido de plateado para una fiesta cuyos cientos de invitados jamas llegan, el futuro comienza y termina en la vispera de un mismo amanecer. Los minutos vienen lentos, pero prisa es lo que menos tienes. Al dar las tres, Los Elegantes dejan su pedestal, no sin antes anunciar la inminencia de la tercera funcion. Fiamma sube, se contonea y desaparece de subito tras el resplandor de una visitacion: abrazada de tu cuello, Abril te besa y te suplica: Mira mi show! Tal vez por las cervezas, o quizas por la repeticion de las imagenes que ya conoces, tu recuerdo se rompe justo alli, para retornar triunfal en el momento en que Abril, desnuda como un caballo, repta despaciosa, camino de la silla donde te empinas la botella cual ansiado biberon. Justo antes de llegar a ti, Abril tuerce hacia la izquierda y vierte sus abundancias en la nariz de tu vecino. Sin cesar de mirarte. Cuando Abril termina de oficiar, recibe la bata blanca y con ella encima vuelve a la mesa, despreocupada del cinturon inabrochado que permite a propios y extranos seguir admirando su desnudez en technicolor digital. Es entonces que los acontecimientos se precipitan: apenas pides la cuenta, una mujer que resulto ser tu vigilante corre hacia Abril cuyos amigos, debidamente desplumados, ya se fueron y le dice algo al oido. El mesero es rapido, pero no tanto como Abril, quien llega y te abraza tres segundos antes de que la cuenta caiga sobre tu mesa. Abril no es mujer que se ande con cuentos. Apenas se ha sentado junto a ti cuando sus labios ya dispararon la bala fria: ¨Me invitas un Amaretto? Es entonces, mientras descubres que eres uno de los ultimos tres o cuatro restantes clientes, el mas cautivo de todos, que un extrano dolor en el paladar taladra tu orgullo de solitario: el anzuelo se te ha clavado, y entre mas te mueves mas se encaja. Nadie te va a creer cuando les cuentes como la Providencia llego a salvarte justo cuando tu cartera daba el ultimo paso hacia el abismo final: un hombre se acerca, dice algo en el timpano de Abril y ella salta, rine, huye hacia el ignoto fondo del Club Montecarlo. Tu cuerpo mete clutch, primera... y arranca de inmediato hacia la calle. Pero entonces una mano se prende de tu antebrazo. La otra mujer, tu vigilante, no quiere que te vayas. Esperate, que orita viene Abril, promete, ordena. Pero la puerta ya se aparece ante tus ojos como la porteria del equipo contrario y aun mejor: como las mismas re jas del Eden. Arrancas, te disculpas y emprendes el vuelo hacia la calle de Ninos Heroes. Esquivas al portero con un billetazo de a diez en plena palma, clavas la llave y metes la reversa mas rapida de la Doctores. Una aguja en el tablero jura que tu tanque sigue lleno. .