SECCION ESPECTACULOS PAG. 37 BALAZO: ANTROS CABEZA: Noches quinceneras del Baron Rojo CREDITO: XAVIER VELASCO El ano tiene 24 horas magicas: una por cada quincena. Entre las seis y la siete, entre Judas y San Pablo, entre el deber y el bar, quien sale de la oficina con los bolsillos bien cargados de pachocha vive uno de esos momentos clave de la existencia: cuando el mundo nos brinda la oportunidad de demostrar que somos gente adulta, y nos damos el gustazo de contradecirlo. Es la hora de la fiesta: Que se aguanten mis parientes, que se esperen mis tarjetas, que reboten mis chequeras... yo me voy a reventar< $>. ¨Donde quedo el que diran? No hay bar quincenero donde no abunden las historias, a menudo clandestinas, de esos encuentros breves mas jugosos en los que la ingeniera y el licenciado saldan sus deudas con el destino por intermedio de unas ansias que debieron sobrevivir, a lo largo de sabra el reloj checador cuantas horas de rutina ejecutiva, sonando con esa sola hora deschongada y confesional en la que ambos paladearan los elixires de la riqueza y la ricura. De algun fugaz y sospechoso modo, los afectos al bar quincenero son de nat uraleza reincidente. De ahi que juntos novios y borrachos, golfos y cornudos, burocratas y vendedores de enciclopedias formen una sola familia de solitarios que, cuando pueden, comparten por unas horas el quimerico espacio de lo que pudo haber sido. Si solo te hubiera conocido antes, susurra el galan quincenero frente a los labios palpitantes de una mujer cuya sonrisa burlona delata que ya se sabe la historia, y por cierto: le encanta el climax. Fugitivos de alguna remota, circunspecta corporacion, beneficiarios de la penumbra rojiza que disimula los defectos y estimula las hormonas, los amantes observan solo de soslayo a los otros: los que se miran, o se saludan, o se critican porque se saben gallinas de un mismo corral. Companeros de oficina o habituales vecinos de mesa, los amigos del Baron Rojo se distinguen por su dominio de la geografia humana: saben a que hora llega cada uno, quienes son las nuevas o viejas amantes de quienes y cuales son las senoras que se ponen mas carinosonas cuando el hombre del Yamaha melodico anuncia que se dispone a despedazarlas con un tema de la inspiracion del maestro Arjona. Algunos llegan a las seis, y hay quienes arrancan desde la comida, pero los mas caen por ahi de las siete, cuando los cuicos pagan sus culpas en los cruceros y las amas de casa se preguntan si cenaran solas. Todavia tensos, acaso nostalgicos de la jerarquia que los protegio durante toda la jornada, los reventados quinceneros comienzan guardando las distancias y conservando los respetos. Pero ahi estan los chupines: duendes malevolos que de uno en uno, de dos en dos, hacen del ingeniero el amigo, del amigo e l compadre y del compadre el brother. Al calor de esas beberecuas gaseosas y oscuras tras las que se esconden autenticos prodigios de la quimica vitivinicola, los reventados quinceneros se van alistando para decir sus verdades, corear sus canciones y si se puede, por que no, aventarle la jauria a la recepcionista que como que anda queriendo comer picoso. Pocas fiestas pueden presumir de las ventajas de un bar quincenero: mientras los agapes ordinarios exigen de los invitados una cierta atencion a las formas, tanto como el dudoso merito de gozar de una equivalente posicion social, el Baron Rojo no se pone monos frente a nadie. En cuanto a las formas, mal puede uno preocuparse del que diran en medio de virtuales desconocidos; y tratandose de la posicion, los reventados quinceneros, vengan de donde vengan, estan igual: donde no deben, con quien no deben y botandose la lana que, chin!, si deben. Esta noche de quincena, huerfana de luna y a mitad de la semana, el Baron Rojo no goza del favor de las muchedumbres, pero vale decir que reina entre sus mesas una camaraderia sonora y ascendente. Son las siete y media, los meseros se mueven como superheroes de Nintendo, el organista cambia de partitura y anuncia un gancho al higado de todos los borrachos vergonzantes: El pecador. Microfono en mano, su pareja cantante aficionado, traje de tres piezas, experiencia en el arte de cabulearse a la clientela se acerca a la partitura y lee, decidido a transfigurarse a lo largo de la cancion y terminar suplicando entre sollozos: Pero a ella... no la dejes sufrir. Aunque la verdad no es el cantante, sino mi vecino de la derecha, quien trae unas ganas de llorar marca devaluacion. Pero se controla, se repone, se empuja un nuevo fogonazo, se levanta para llamar al mesero por su nombre y pedirle un repuesto. Solos y solidarios En tiempos de crisis, las noches de quincena se ponen mas pintorescas. Como que la sed de placeres se junta con la escasez de dineros, y de tan tormentoso coctel nace una efervescencia donde alcoholes, lujurias, escapes, rencores, urgencias y apapachos se suceden y se confunden hacia dentro de un mismo carnaval. El mundo podra estar cayendose, pero lo que es aqui todo el mundo esta de fiesta: los hombres solos que ladran al paso de la primera minifalda, los que aullan al vuelo de la primera cancion de Leo D an, y los que habran de grunir a la sombra de una cuenta siempre mas grande que los buenos propositos que los trajeron hasta aqui Nomas una por no dejar y me voy pala casa, que me estan esperando. Tipos a solas con su alma, o a solas con otros tipos, festejando su soledad con esa expresion de al-fin-que-ni-queria que, creen, los salvara de caer en el apretado pantano de los rogones. Pero ya lo sabemos: si no fueran rogones, no estarian solos. Por algo gritan, cada vez que el hombre del Yama ha y su cantante callan, el nombre de aquella cancion dolorida que les dio a probar el vino de la ilusion y la hiel del desconsuelo. Con pareja o sin ella, los fiesteros quinceneros jamas estan a la moda. Ni lo desean. Aqui, la vigencia es igual a la memoria fotografica del cantante que ha sabido moverse igual que Palito Ortega, o que ha puesto la voz temblona en el momento justo en que Johnny Dinamo hacia lo propio para decir que algo de verdad guardo en su corazon. Puesto de otra forma: ¨Quieres seguir vigente, cantante? Asomate a mi nostalgia y canta lo que te pida. El bar quincenero, santuario de horas memorables y amores imposibles, abunda en musica-ligada-a-su-recuerdo, acaso porque es ahi, en el recuerdo distante y mitico, donde habitan las verdaderas quimeras, cuyos rostros hemos maquillado dia con dia, hasta encontrar en ellos la hermosura inmarcesible de lo que una vez sonamos que era el amor. En el Mexico de 1995, el Baron Rojo es un club de sobrevivientes. Cuando el cantante pregunta por dos viejos asiduos, sus companeros echan el pulgar hacia abajo y se empujan un trago, como remojando sus barbas en el liquido que fielmente los acompana. El cantante comprende entonces que la ola del desempleo le ha quitado un par de cuates mas: otros que se quedan sin quincena, sin companeros, sin el consuelo de un bar comprensivo donde a uno le premian sus debilidades porque todos, todos, todos ahi cojean de algun pie. ¨Que estarian haciendo, si no, en un bar quincenero? El diablo y su trinidad A ninguna mujer le atrae compartir mesa, palabras y alcoholes con un pobre diablo, pero es mejor eso que soportar a un diablo pobre. Tal vez por ello es que los corazones palpitan mejor en la noche del dia 15. Y es que, si los billetes son tan eficaces para lubricar simples atolladeros burocraticos, imaginemos lo que haran por los pistones cardiacos de una pareja furtiva y ganosa. ¨Cuantos deberan decirse adios en cuanto den las nueve? ¨Quienes huiran del Baron Rojo hacia las dulces sabanas del unico edi ficio donde los hombres casados registran sus proezas con el nombre de sus cuates? ¨Cuales seran los reventados que aguanten el paso hasta que les cierren el changarro? El cantante, el tecladista y el mesero, especie de trinidad infernal maldecida por novias y esposas de toda la ciudad, saben con toda certeza de que lado mascan las respectivas iguanas, tanto como esos coyotes solitarios que vienen a diario y beben, y observan, y sonrien cada vez que aciertan un pronostico. ¨Ya ves, mi buen? ¨No te dije que la nora del flequito se iba a ir con el primer gey que le pagara la cuenta? No hay cantante mas calido que el de un bar quincenero. Acostumbrado a vacilar con los gritones, que nunca son pocos, el cantante los conoce como un medico de cabecera. Sabe como contarles los chistes, quienes tienen mala o buena uva, que canciones les prenden las hormonas y cuales los haran chillar hasta el moqueo. Y siempre como ellos, antes que ellos, mas que ellos, cumple con el sacramento bohemio de llegarle al trago con las tres virtudes teologales, pero ninguna de las cardinales. Sus canciones, casi siempre provenientes de aquellas epocas remotas en que el hombre aun no servia ni para pisar la Luna, guardan su lenguaje orgullosamente caduco igual que a una gema irrepetible, como quien protege de la ordinariez a sus mas privados candores. A las ocho y media el Baron Rojo es una cofradia. Propios y extranos se han integrado en forma tal que ya no es posible saber quien es nuevo, quien timido, quien manoso, quien correoso. No sera, ciertamente, la unica noche de la semana en que estos fugaces tarambanas acudan a las mesas calidas y anonimas del Baron con el sano proposito de mocharle una rebanadita de placer a la costumbre, pero en plena ruta de la inflacion, cuando los efectos recesivos de la economia estan aranando la querida piel del reve, no hay noche que se parezca a la del fajo en la bolsa y el faje a la vista. Por esta noche, antes de que caigan sobre el todas esas calamidades que lo adelgazaran hasta raquitismo, el contador y el actuario le aplicaran a su sueldo el reglamentario Impuesto del Farol de la Calle. Total, ahi luego vemos como nos ajustamos. ¨O que? ¨Vale la pena, por unos cuantos pesos, dejar abajo al amigo, al recuerdo, al amor? Nombre, pidete las ostras! La noche quincenera tiene de todo para todos, en la medida en que los aspirantes al frenesi no se anden con remilgos y exquisiteces a la hora de escoger o aceptar pareja ya lo dice el proverbio: El que escoge, no agarra. ¨Que mas da ser un roto, si en la mesa del rincon se juntaron todas las descosidas? Ni siquiera es necesario echar mano del arrojo de James Bond uno de los santos patrones del bar quincenero: valiente, varonil y un poquito demode, pues todo el trabajo lo hacen los demas : el que canta, el que sirve, los que gritan y hasta el que conto el chiste del perro lambiscon. Usted solo pongase flojita y deje que la vida le brinde cuanto tenga: por poco que sea, por feo que parezca, por mucho que duela. No ha sido Snoopy el primer personaje publico en maldecir al Baron Rojo. Muchos de los aqui presentes, que entre risas y trastabilleos van abandonando las mesas, se han cansado de proferir las peores blasfemias contra el felizmente celebre piloto aleman. Pero manana, o a mas tardar pasado, estaran aqui, listos para terminarse los cacahuates y los chicharroncitos en compania de la bolita de la oficina, que nunca falla. No sera como ahora, porque ninguna noche se parece a la quincenera, pero el Red Baron< $> los recibira con igual carino, el cantante se discutira otra vez con la imitacion de Manolo Munoz y el mesero hara cuantos malabares sean necesarios para contrarrestar el terco rebote de las tarjetas de credito. Y entonces comenzaran a atesorar los deseos, a sacar filo a los planes, a relamerse los bigotes porque faltan diez, ocho, cinco, dos dias para la quincena y ya sabes: no se te olvide aquellito. .