PAG. 35 SECCION: ESPECTACULOS CINTILLO: PENUMBRA, VESTIDOS Y ESCOTES CABEZA: OLGA: UN ESPEJO PARA LA IMAGINACION CREDITO: XAVIER VELASCO 1. El angel del bikini. Cuando se metio a mi vida, Olga la lleno de escalofrios. Con su bikini lleno de esos brillos que no tardaron en ser opacados por las huellas de mis yemas, con unas medias de red que cubrian de majestad a las inconmensurables peninsulas que desde entonces tenia por piernas, con el enigma terso de su cintura brevisima, Olga me acompanaba diariamente a la secundaria, escondida detras de una credencial que, a diferencia de sus sonados muslos, no alcanzaba para darme ciudadania en el mundo envidiable de los a dultos. Era un recorte doblado en cuatro, impreso en el glorioso sepia de la revista bELLezAS, y su hechizo mistico bastaba para librarme de todo mal. Con una torta de jamon en la diestra y su foto en la siniestra, Olga dio a la hora del lunch el genuino status de recreo. Una noche, al acostarme y vaciar las bolsas del pantalon, note con angustia cardiaca que algo faltaba: Olga se me habia olvidado, con todo y mi credencial del Instituto Simon Bolivar, justo en la recamara de mi abuelita. (Cierto: mi abuela era mujer discreta y solapadora, pero ello no me daba el valor para reclamar lo que, para bochorno de todas mis hormonas, era mio y nomas mio.) Asi me resigne a sobrevivir sin credencial... y a malvivir sin Olga. Tres dias despues, huerfano de un angel guardian cuy o diminuto bikini supiese interceder por mi ante San Martin de Porres, fui expulsado de la secundaria. 2. El cuerpo presente. Hoy es jueves, suena la medianoche y aun hay mesas vacias. A la entrada se alza una fotografia tan alta como los meseros, pero menos profunda que el morbo que me invade cual irresistible gangrena. Encabezando la foto hay una leyenda odiosa: TODOS QUEREMOS VER A OLGA. ¨Todos? ¨Cuantos son todos? ¨Quienes son todos? ¨Necesita Olga, pasados los anos prosperos en que el esplendor simplemente se le daba en maceta, de un eslogan televisivo que la ampare? El temor de que asi sea estimula el morbo colectivo con una fuerza casi equivalente a la que un dia puso a millones de libidos a sus carnositos pies -aun si mojigatos, izquierdosos y cultivados le regateaban publico reconocimiento, como quien se clava en el empeno inutil de camuflajear sus intimas inquiet udes- y una sola pregunta flota entre las mesas de El Patio: ¨Como se habra puesto la Breeskin? Pienso en mi recorte color sepia, cuyo secreto se fue a la tumba con la buena de mi abuela, y envidio en silencio a todos esos duenos de vulcanizadoras que jamas tuvieron empacho en clavetear grandes carteles de Olga en sus paredes, mientras algunos de sus mustios contempladores -celosos de un prestigio social que jamas tuvimos, temerosos del gigantesco quemon que nos hubiese cubierto de oprobio ante la no via o los cuates- ibamos renegando de aquella fe conforme La Madurez, esa solterona hipocrita y aguafiestas, nos depositaba en la prepa, la universidad, la nada. Cuando finalmente se ilumina la figura de Olga -viva, coleando, llena de los relieves que solamente confiere la magia del cuerpo presente- no hay un canijo espectador que ose quitarle de encima las retinas, los oidos, la memoria. A mi lado, en una mesa poblada por chaparritos que se agolpan en torno a un telefono celular que no utilizaran en toda la noche, truenan los aplausos de quienes parecen pelear a muerte consigo mismos para no soltarse ladrando. Pienso entonces que, como yo, estos tipos no debieron l legar a los quince anos sin encajar sus lubricos sentidos en los dibujos del Ja-Ja, difunto semanario humoristico cuyas musas imposibles eran hijas de los moneros mas golosos del universo. Un dia, Olga se aparecio entre nosotros para hacer posible lo imposible, mostrando un cuerpo marcado por peraltadas asesinas, grutas escondidas y cumbres arrogantes, hambrientas de nubes y estratosfera. Ese cuerpo, cuya fama se desplaza lentamente desde Guiness hacia Ripley, no ha cambiado: para solaz y plenitud de quienes la miran con gesto de Onan el Barbaro, a Olga no le ha disminuido nada, y de todo cuanto los anos pudieron agrandarle solo le crecio el colmillo. 3. Mancillando al violin. Olga saca jugo de lo que tiene, de lo que no tiene y de lo que se ha puesto, muy bien puesto, camino de la fama. Pasado el acto nanareante de un faquir oficioso, su contempladisima patrona juega con la idea de tumbarse sobre una cama de clavos. ¨Se imaginan el ponchadero de protesis?, dice microfono en mano, como quien descubre ante sus adversarios un inofensivo tres de corazones negros, en la certidumbre de que detras vienen los ases: antes de ella han aparecido las bailarinas, cuyas buenas forma s lucieron codiciables solo hasta el epico instante en que los reflectores descubrieron algunas de las cordilleras mas veneradas en la historia de Mexico: el mito esta presente, y es todo verdad. Mirar a Olga untada por un vestido constelado de grandes irregularidades orograficas es descubrir de subito cuan pequeno es el resto del mundo. El mismo Patio, con su elegancia paya y demode, resulta una de las tantas cosas que a esta mujer le quedan chicas. Es asi, por la provechosa via del contraste, abraz ada de un parroquiano que ni con chochos rebasa el 1.60 de estatura, como ella misma se encarga de subrayar que, por donde la vean, sigue siendo un viejorron. ¨Playback? Para disipar las dudas, Olga otorga al publico en calidad de prestamo su violin blanco e inalambrico -Pero si es lo unico natural que tengo!- para que lo acaricien por arriba, por abajo y por en medio. Entonces le rasca, duro y tupido, acompanando al sonido con mortales golpes de cadera y esa sonrisita de venga-paca-tu-quincena que bien podria expropiar todos los bienes muebles e inmuebles del primer infeliz que osara tropezar con su amplio sortilegio. Uno de los chaparritos del celular se levanta de su asiento, apunta hacia Olga el diafragma de su modesta Kodak 110 y asi, desprovisto de una lente gran angular que lo haga fuerte, dispara. Pienso en Tontin, el de Blancanieves, y me digo que este fotografo guardara en lo hondo del cajon de su escritorio un recuerdo similar al que una manana mi abuelita debio echar a la basura, horrorizada por esa devocion que ninguna mujer, asi tenga la cabeza blanca de pura sabiduria, podra jamas perdonar. 4. Afrodita en Tenochtitlan. La noche avanza. Un malabarista llega, desparrama diez o veinte anos de ocio capitalizado en grande y se va. Entonces vuelve Olga -que yo no se si sea super, pero sin duda se pasa de mega- y, duena de todos los iris que ahora se saben carnivoros, baila y canta sin tregua esas canciones bilinges, con seguridad ensayadas hasta la fiebre, que le permitieron negociar en condiciones ventajosas su propio TLC en los escenarios norteamericanos. Ninguno de los caballeros presentes cambiaria esta im agen por la de Dolly Parton; quien llego aqui esperando ver decadencia, vale mas que la espere sentado. En el momento intimo de la noche -aunque, para las mentes atleticas que no le retiran un gramo de su atencion, todo instante sea intimo- el escenario cobra penumbra y la ultima de las afroditas mexicas entona una de las canciones que mejor hieren a quienes vivieron su adolescencia en compania del clasico chillon Lo mejor de Bread. Sentada sobre un banquito -momento propicio para que un ingenioso pelagatos comente que la estrella de la noche vive de lo que tiene en el banco- Olga se deja devorar ya no por los ojos, sino por esa impune desbaratadora de doncelleces que es la imaginacion. Oprimo entonces el boton de rewind, miro una vez mas el anorado recorte sepia y confirmo avergonzado que, antes de ser amiga de mis ojos, Olga ya habia intimado con mi imaginacion. Y puedo decir ahora que alli dentro, muy lejos de mi abuelita y de mis companeros de secundaria, a hurtadillas del universo entero, Olga se porto mal, muy mal. Penumbra, vestidos, escotes. Hoy, Olga sabe aquello que la mayoria de los pornografos ignoran: no es tanto lo que se muestra, sino sobre todo lo que se oculta, el combustible que prende fuego al pebetero inagotable del deseo. A esta mujer nunca se le ha visto desnuda, y es gracias a esos sabihondos monos que sigue habiendo viejos y jovenes que se desvelan por mirarla, oirla, intuir aquellos caminos que jamas recorreran en vida. Su mismo vestuario, disenado para darle mas cuerpo al mito, es ya en si un refle ctor y un espejo para la imaginacion. De ahi que hoy se advierta, incluso en los ultimos instantes del espectaculo, la devocion prenada de flamas que distingue a los que quieren y no tienen de los otros: los siempre saciados, los de mucho mundo, aquellos aburridos que del deseo no conocen otra cosa que el principio. Olga esta de vuelta, y yo que la he mirado por primera vez, despues de soslayarla por anos y desiertos dias, se que hoy he pecado de pensamiento, de palabra y, ay!, de omision. Confundida entre otros angeles, mi abuelita debe sentirse furiosa.  pecado de pensamiento, de palabra y, ay!, de omision. Confundida entre otro .