SECCION ECONOMIA PAG. 39 BALAZO: ANTROS CABEZA: Entre las tribus del norte CREDITO: XAVIER VELASCO ¨Progreso? ¨Que es eso? El omnipoder de la tecnologia, endiosada por fieles que la veneran por dogma, no ha sido suficiente para superar el sino tragico de la biologia: en plena edad cibernetica, los mortales seguimos viviendo en tribus. Y es de noche ya lo dijo el profeta: La noche es un garage de doble fondo cuando el asunto se radicaliza y el sentimiento tribal agarra fuerza. Casi todos buscamos, bajo el cobijo de las sombras, un reducto que aloje a nuestra tribu: esos que hablan, bailan, gri tan, gozan, trastabillan y gatean igualito que nosotros. No importa si el antro de nuestra perdicion es mas caro o mas barato, lo que el miembro de la tribu busca es una cierta exclusividad. Esto es, la discriminacion ejercida por nuestra tribu frente a las demas. Hay, claro que si, antros que con justicia se precian de ser amistosos con el fuereno, tolerantes con el impertinente y hasta generosos con el mamon. Pero uno, que antes que humano es animal, vuelve siempre a los rincones donde se hallan las risas , los besos y los osos que le son familiares. Entre mas lejos, mas cerca Sabemos que hay tribus mas agresivas, o mas fiesteras, o mas viciosas, y en ocasiones nos acercamos a sus feudos invadidos por el morbo del intruso; pero lo verdaderamente nanareante no es presenciar el gozo del morboso, sino algo distinto y sin duda pintoresco: la servidumbre de quienes, incapaces de obtener ciudadania en una tribu que siempre los mirara feo, soportan la mas negras y publicas humillaciones con tal de acceder al dudoso paraiso de compartir a medias un festin ajeno, moviendo la colita con ganas de agradar. Chicos plasticos, los llamo el presidente honorario de Panama, y yo los miro, vodkita en mano, gozar de un privilegio cada dia mas raro entre los perseguidores de la moda: el mesero llega, con una columna de chupines en la charola, y se los planta en la mesa de la cual solo se moveran cuando una urgencia organica u hormonal los dispare hacia uno de los dos grandes centros de reunion de todo centro nocturno: el escaparate donde podran girar y girar, o bien el santuario en cuyos depositos se desprender an del torrente que carga en sus adentros todo viejo lobo de bar. Pero antes de pasar a la pista y al bano, es mi deber ubicarlos. Estamos, mis amigos, en un antro remoto y circunspecto, cuyos excesos rara vez rebasan la barrera de lo aceptable entre una tribu que tiene fama de aceptar muy pocas cosas. Descendiente ilegitimo de un deschongadero acapulqueno cuya suerte irrepetible se ha vuelto sueno guajiro de todo cabaretero nice, el Baby Rock tiene solo una ventaja de la que carece su abuelo, el Bab yO: esta lejecitos, pero no tanto. Mientras, a cuatrocientos kilometros de la ciudad, el BabyO es el eden de los mas selectivos licenciosos gente que acostumbra salir de alli quien sabe a que hora, quien sabe como y quien sabe con quien, el Baby Rock es una opcion notablemente mas conservadora, carente de playa, escasa de autentica golferia y muy excluyente, pero ni hablar: mas cercana. Basta con subir por Palmas, dar el salto hacia Tecamachalco, tomar el camino de La Herradura y desviarse hacia Lomas del Sol un folclorico fraccionamiento cuyos estilos arquitectonicos van del Puas conservador al Durazo tardio para divisar, mas alla de las dunas de Interlomas, la prodigiosa mole iluminada donde se dan cita todas aquellas tribus que, se dice, jamas cruzan la Fuente de Petroleos sin pasaporte de por medio. Mentiria y hasta me la jalaria si dijera que las tres piernudas que aguardan a la entrada estan horrorosas, pero me atrevo a decir que desconfio del fuego de su espiritu no hay peor crimen que el olvido del espiritu, decia San Oscar. Mi acompanante, una mujer de pelo corto y lengua larga, recien sacadita del Pedregal de San Angel, no es una importacion afortunada en el Baby Rock: las tribus de las Lomas y Tecamachalco desprecian profundamente a los inmigrantes del sur cuyo abolengo suele medirse p or sexenios, pero mi amiga se desquita en cuanto llega: Estas viejas son mas frigidas que un camaron, me asegura en voz un poco demasiado alta, justo antes de sonreir como un bombon enchocolatado y propinar un simulacro de beso al portero, que por suerte la conoce desde tiempo ha. Desdenosos de la notoria mohina de las camaronas, los dos pasamos directo hacia las entranas del templo. La verdad es que me aburren un poco estos tipos. Especialmente aqui, donde dos tribus antipodas han revivido la beligerancia del Medio Oriente: cristianos y judios compiten fieramente por el Santo Grial de la clase, que, como a medio mundo le consta, se demuestra con billetes. ¨Que es eso de la clase?, preguntaran los puros. Digamos que es un asunto financiero mas intrincado y obtuso que obtener el interes compuesto de un prestamo a siete siglos con la sola ayuda de un abaco. Atras de nosotros han quedado los pobres: no los que carecen de marmaja si asi fuera, ni se pararian por aqui sino los que deben estirar sus influencias, alzar la mano, gritar el nombre que todos gritan, darle un empujoncito a su pareja buenona para que, cuando menos lo esperen, el hombre mas nombrado de la noche los senale, sus ayudantes levanten la cadena y ellos crucen la frontera entre el desamparo y la prosperidad sonriendo con la certeza de los elegidos. Apaches contra siouxes Las tribus del norte se reconocen mutuamente gracias al retardado provincianismo que reina entre los grupos humanos mas conservadores y excluyentes de la ciudad: aquellos que estan suscritos al Members, pero dejaron de comprar el Hola porque ya es de nacos. Aunque ya lo dice la sabiduria popular: Al indio lo liquida el progreso... y al naco el poder. Entre las mesas del Baby Rock una boveda tan alta como ancha, con muros irregulares que desean ser de piedra y en fin: si la justicia existiera, el BabyO viviria de sus regalias el poder es droga fuerte y todos quieren un pason: basta un parpadeo del capitan, una desatencion del mesero, una mesa equivocada para que hasta el mas fino haga sentir sus impetus de gallito y demande aquellas caravanas que considera parte de una pleitesia inalienable. En tierra de miopes, el bizco es rey. Los ojos que todo lo escrutan pueden discriminar estupidisimamente a las morenazas casi siempre mejor equipadas que sus enemigas rubias, pero son frecuentemente incapaces de distinguir entre los duques y los pordioseros que, con similares maneras, se mueven sobre la pista. Por eso es que su solo escudo, el que parece ponerlos a salvo de darse un rico rebajon con vade retro! la clase media, es el gastado recurso del apellido: ¨Suena o no suena? ¨De quien es h ijo? ¨Donde vive? ¨Lo has visto en el Jockey? No es raro, pues, que los mas colmilludos, resbaladizos y mimeticos pelafustanes hayan hecho de antros como este su habitat predilecto. No hay tribu mas infestada de arribistas. Cualquier bar de travestis guarda menos imposturas que la sola pista del Baby Rock. Bienvenidos al circo. Para los oriundos del sur, el odio ancestral entre las dos tribus que aqui coexisten puede llegar a ser espectaculo de primera. Siouxes y apaches entran al mismo bano, saltan en la misma pista y miran a las mismas piernas sin que por un segundo sus ojos acrediten la presencia del adversario. Cadenas de oro y camisa de seda; saco de Burberrys y zapatos Ferragamo. Dos uniformes irreconciliables y un gusto afin por la musica y las costumbres viejas: los anos noventa les cayeron como chocolate en caries a los conservadores que aun suspiran por Gloria Gaynor. Mas que refugiarse de la ciudad lo cual, ciertamente, tiene su importancia, los habitantes del Baby Rock necesitan ponerse a salvo de unos tiempos que ya no son los suyos. Si el siglo veinte acabo de abolir la esclavitud, el veintiuno promete instaurar el imperio del self-service, y tal perspectiva no puede ser sino un horror para quienes encuentran sus certezas existenciales en el placer de ser servidos. Ay que geva es esto de esperar al mese ro como a Santa Claus!, se queja sinceramente mi acompanante, que como ya les dije no es sioux, ni apache, sino una morena intachablemente coppertone, cuya resplandeciente microfalda gana mas altos vuelos con cada nuevo gintonic. No hay como una cherokee para gozar del Baby Rock. No hay progreso que valga Despues del septimo trago ya no es posible saber si el projimo esta, o si nomas se hace el beodo, pero en medio del sacadero de cobre que distingue a ciertas ferias de vanidades, lo de menos es el projimo. Hasta hace unos chicos ratos, la poblacion del Baby Rock cuidaba las apariencias con talento y prestancia, pero despues de cierta hora ya sucedio lo de siempre: los cuerpos se han relajado, las confianzas crecieron y poco a poco el exterior se diluye para que cada cual viaje hacia el centro de sus monoman ias. Recien llegada del estrecho centro social donde las morras fraguan sus mas mefistofelicas conspiraciones, la chica cherokee que para mi fortuna vino sola me confiesa que un sioux y dos apaches le pidieron su telefono en el camino, y ella, que se las sabe todas, les dio el numero de su prima la ninfomana. Comprendo entonces que tanto esta mujer como yo ya volamos en sendos tapetes magicos, porque la verdad es que a cada momento le entiendo menos. Hora de levantarse a bailar un par de rolas antiquisima s como el Plymouth Barracuda en el que me llevaron a bautizar. La pista del Baby Rock es un centro de rancias complicidades. Hay miradas fugaces, aullidos uniformes y pasitos comunes que luchan por delatar la existencia de relaciones viejas y conocidas. Como quien dice: entre propios no hay extranos, y ya que estamos en confianza no hay fijon. Ciertamente, los sucesos mas destacados de la noche fluiran, desde las primeras horas de la manana, por una y otra linea telefonica, como la unica expresion de vida en un mundo pequeno y estirado que se obstina en disimular el ma s infimo asomo de pasion. Pero como ni a los mismos difuntos les gusta estar muertos, los devaneos que aqui ocurren son absolutamente indispensables para sus espectadores y protagonistas. Como en los asentimientos humanos mas hermeticos y conservadores, la desmesura sucede, pero queda en familia. Y como en las escuelas, la concurrencia termina por dividirse en buenos y malos: unos se van temprano, los otros se quedan a ver que pescan, y entre los que no se dignaron largarse hay varios que ya m e llenaron de piedritas el calcetin, a mi que ni por un segundo he pensado en anudarme sus corbatas. Por eso es que no he podido menos que celebrar el momento en que la senorita cherokee se sono con el saco de un pretendejo que ya mero le ligaba las trompas con los ojos. Mientras el mesero viene con la cuenta que tendra que ayudarme a firmar, mi acompanante, purpura de vergenza, excusa sus cosmicos improperios asegurando que alguna vez me vio sacarme un moco en plena pista del Bandasha. No es cierto!< $>, le juro, nadie me vio!, pero el mesero me salva de tan infausta discusion y un minuto mas tarde ya subimos por los escalones que conducen a uno, dos, tres niveles de mesas cuya jerarquia es rigurosamente tribal. Cerca de la salida, varios meseros se agolpan en torno a un sioux que insiste en seguir pateando a un apache que ya fue pacificado. Si: el karma de ser mexicano puede mas que los anhelos de ser archiduque; no hay en la selva progreso que valga. Afuera, una pareja de apaches irreprochablemente decorosos espera junto a nosotros la llegada de su caballo. Con el viento frio encima, la cherokee esta cerca de caer en mis brazos, desvanecida, y de paso tirarme a mi. Pero Rocinante no tarda, y unos instantes mas tarde avanzamos, con todas las luciernagas de la ciudad rendidas a nuestros pies y la certeza de que ninguno de los dos volveremos a este antro en un minimo de tres reencarnaciones. .