SECCION ESPECTACULOS PAG. 40 BALAZO: PAVAROTTI, DOMINGO, CARRERAS, MEHATA CABEZA: Torneo de talentos sobre escenario de diamante CREDITO: OSCAR SARQUIZ F., ENVIADO LOS ANGELES, Cal.- ¨Que hago aqui, entre estrellas y multimillonarios, beldades despampanantes y augustos capos mafiosos, sentado en la silla plegable mas cara de la historia, a mil dolarucos per capita el privilegio de estar en la cancha a tiro de pelota de los tres tenores mas famosos del momento, pendiente de la conduccion de uno de los directores mas celebres de la historia? La generosa invitacion de Warner Music Internacional a un selecto grupo de colegas de los cuatro puntos cardinales a presenciar el indiscutible evento de la decada me ha tomado por sorpresa, pero no me lo hubiera perdido por nada. La ocasion es Encore! The 3 Tenors, el mayor evento hasta la fecha logrado por el experimentado promotor hungaro de espectaculos, gran aficionado -el mismo ex cantante- Tibor Rudas, quien en su constante afan por aproximar al publico masivo al disfrute de la musica culta ha logrado volver a reunir a Jose Carreras, Placido Domingo, Luciano Pavarotti y al director Zubin Mehta para su primer concierto en Estados Unidos, acaso el mas difundido de la historia simultanea y diferidamente por numerosas empresas de television y radio a 70 paises. Una vez mas, como en 1990 en las Termas de Caracalla en Roma, ha sido la culminacion del Campeonato Mundial de Futbol el agente catalizador para que estas tres superestrellas de la opera internacional acepten conjuntar sus talentos, esta vez bajo la batuta de un director que es su pleno par en atractivo taquillero. La logistica del evento ha sido agotadora, y las cifras estadisticas, imponentes: dos anos de planeacion, mil personas involucradas, 56 mil asistentes llenando a tope el enorme estadio de los Dod gers con localidades cuyos precios se inician en $15 USD por asiento de "gayola" prerreventa, seis mil tecnicos trabajando una semana para construir el impresionante escenario de 60 metros de ancho, 40 de profundidad y dos de elevacion; 2 500 latas de pintura para realizar la bucolica escenografia de 150 m de ancho por 100 de altura que unira los millares de plantas nativas que bordean los laterales con el magnifico escenario local de la cordillera de San Gabriel que se vislumbra a lo lejos en la perfecta t arde californiana donde hasta los aviones desviaran sus rutas de aterrizaje por respeto a los artistas; veinte columnas "clasicas" disenadas, construidas y transportadas desde Hungria para dignificar el tablado; 75 trailers transportaron los materiales; dos cascadas artificiales de 120 metros de altura cuyo caudal fue sustituido a la postre por una ilusion luminica para no perturbar a los ejecutantes; lujosos camerinos moviles individuales para las estrellas y otro comunal, oculto sobre el escenario; un sis tema de sonorizacion Meyer disenado especialmente para la ocasion y puesto a punto mediante analisis computarizado de las caracteristicas acusticas del coso para garantizarle soido de sala de conciertos sin elevar groseramente el nivel de audio; pantalla gigante alimentada por el video de las 14 camaras que documentaran el evento para la posteridad; un sistema de iluminacion suspendido para no impedir la visibilidad del escenario; montanas de toneladas de alimentos y bebidas para asistentes y participantes. En fin, la cosa es en grande, MUY grande. El evento es de gala, pero esto es California: esmoquins y joyas conviven con jeans, camisetas y hasta bermudas; naturalmente, en los asientos preferentes suavizados por cojines portaprogramas que incluyen binoculares de opera, los multimillonarios -entre ellos muchos ostentosamente mexicanos- conviven con ex politicos como Bush y Reagan (¨todavia oira bien?), actores como Gregory Peck, Arnold Schwarzenegger y Tom Cruise, y predeciblemente, capos mafiosos dispuestos a lagrimear a gusto. El programa, elaborado y reelaborado por los propios cantantes para complacer tanto a conocedores como neofitos diletantes, es un collar de joyas brillantes. Tras el consabido himno yanqui, hace su aparicion el maestro Mehta para iniciar el concierto con los vivaces y picaros aires de la obertura de Candide de Bernstein, casi latinos sus ritmos ternarios; aparece luego el catalan Carreras, el mas ligero joven de los tres, para iniciar el meticuloso orden alfabetico de rotacion al duplicado microfono que ase gura no haya fallas en esta noche que aspira a la perfeccion. Su grave, casi planidero O souverain! O Juge! O Pere! de El Cid de Massenet atestigua su pulida tecnica, pero contrasta con el superior caracter de Placido Domingo, que le sucede con un cambio de programa de ultimo momento: Quando Le Sere Al Placido, extraido de Luisa Miller de Verdi. La aparicion de Pavarotti, claramente el mas popular entre el publico, confirma por que: su perfeccion vocal en Porquoir Me Reveiller del Werther de Massenet no se ve perturbada por la profunda emotividad que le imprime. La conocida Con una cancion en mi corazon de Rodgers & Hart aligera luego el caracter de la noche que cae, alegre y brillante en la voz de Josep; pero nuevamente viene Placido a reafirmar su superioridad con una interpretacion tan brillante de Granada que uno siente que la sangre hierve e inflama la piel (en mi caso, por primera vez en mi vida con musica de Lara). El graderio mexicano, chicano y espanol practicamente se viene abajo, y hay a mi alrededor japoneses que musitan la letra con reverencia. Aunque se repitio oportunamente que no se permitiria el acceso una vez iniciado el concierto, mucha gente llega aun del estacionamiento retacado con 16 mil autos provocando protestas con sus rechinantes pasos sobre el triplay que cubre el cesped y marca (con apresurado plumon) la numeracion de las filas. Y es que esta noche se rompieron todas las reglas de atuendo y etiqueta concertistica, un gran espectaculo que provoca tambien inesperada travestias en la tierra del todo-se-vale. Vuelve el cordial y elefantino Luciano para desbordar su histrionismo en el dulce vals de Ernesto de Curtis Non Ti Scordar Di Me, dando pie al primer y mas corto popurri que conjuntara a los tres megatenores en interpretaciones de musica popular de infalible impacto: en tutti, America de West Side Story; un limpio My Way, que Mehta puntua con una pausa para pedirle al Viejo Ojos Azules Sinatra se ponga de pie a recibir ovacion; Pavarotti y Carreras se suceden en Moon River, pero Domingo materialmente les ro ba el balon y anota a su favor; luego, en la romantica Because su virilidad vocal contrapesa la finura de Pavarotti. Cuando se le unen los otros dos, sus voces superpuestas resuenan con la potencia y brillantez de seccion de metales. Finalmente, la juguetona ligereza de los tres en SinginIn The Rain presagia coreografia de baston y sombrero de copa, pero aunque la tentacion aflora en sus sonrisas, hemos de conformarnos con el saludo publico que Zubin le solicita al aun sonriente y para siempre legendario Ge ne Kelly. El subsecuente intermedio es animado, para delicia del graderio, por la banda de la Universidad del Sur de California, mientras algunos filarmonicos que se quedan en escena contemplan azorados el Woodstockburg o Lollapaburgo ante el que actuan, y un magnate japones al que le falta una oreja acciona furiosamente su agenda/calculadora, ponderando quiza si debio solicitar un descuento. Tras una espera casi tan larga como la primera parte, que se fue como agua, las numerosas conminaciones al publico para que se siente tienen tan poca eficacia como las de un maestro de secundaria a sus alumnos. Muchos de los presentes parecen haber pagado con gusto para lucir el palmito y socializar con sus cuates, comparando notas (del fut, claro) y mirando escotes que van de lo escandalosamente generoso a lo raquiticamente decadente. Por fin, Mehta logra con las marciales y familiares notas de la Marcha hungara del Fausto de Berlioz lo que no pudieron la suplicas verbales, y un Carreras mucho mas relajado y exuberante entona Tu, Ca Nun Chiagne de Ernesto de Curtis como si hubiese sido escrita especialmente para el. Pero una vez mas viene Domingo, hijo de zarzuelistas, a superarlo inflamando con su inimitable calidez emocional un Amor, vida de mi vida de Maravilla de Federico Moreno Torroba que fue uno de los grandes momentos de la noche junto con el inmediato Ave Maria de Schubert con que Pavarotti reafirma su veterania, estatura... y peso artistico, claro. Para no quedarse atras, Carreras vuelve para su mejor interpretacion de la noche: E Lucevan Le Stelle de Puccini, que sustituye con patetismo y ventaja en el programa a Tombe Degli Avi Miei y ratifica el porque de su presencia al lado de sus superestelares camaradas, que hacen lo propio, Domingo con la desgarradora Vesti La Giubba de I Pagliacci de Leoncavallo, y Pavarotti, colosal e inmovil, transportado mientras canta Nessun Dorma de Turandot de Puccini. El publico aplaude de pie, visiblemente emocionado. El popurri final repite con los tres en escena America, Carreras abre con All I Ask Of You de la contemporanea y broadwayana Phantom Of The Opera, pero Luciano se lleva previsiblemente al publico que palmotea la contagiosa tarantela Funiculi Funicula; Placido arrulla a las damas con Bajo los puentes de Paris, y todos se conjuntan en la festiva e intemporal Brasil de Ary Barroso, elegida como las demas para acentuar la diversidad cultural concitada por el Mundial. En seguida, Pavarotti evoca a Mario Lanza co n su emblematico tour de force Be My Love, y vuelve a provocar algarabia entre los muchos italianos presentes con la napolitana Marechiare; Carreras saluda a los derrotados teutones con Die Lustige Witwe, pero Luci vuelve a faulearlo con su histrionismo en la infalible y evocativa Santa Lucia Luntana y Domingo les fumblea al publico con la anglopopera Those Were The Days y cautiva su interpretacion de Te quiero, dijiste, de la inolvidable compatriota Maria Grever. Finalmente, Pavarotti pone todo en la bascu la con un Torna a Sorrento que seguro le sonaria agridulce la tarde siguiente a su squadra azzurra, pero es obvio que el publico no va a dejarlos ir tan pronto. Uno, dos, tres, encores se sucederian, con el historico trio obsequiando las imprescindibles La Donna E Mobile del verdiano Rigoletto, O Sole Mio y el alegre brindis Lbiamo, Nelieti calici de su Traviata, en el que Mehta se voltea para dirigir el jubiloso palmoteo bacanal del publico. Hubieron de repetir aun muchas de las mas gustadas piezas popula res antes que un postrer E Lucievan... a trio nos enviara rumbo al primer embotellamiento de limusinas que he presenciado, despidiendonos con una estentorea promesa del feliz Pavarotti: "Nos veremos en el 98!". En todo caso, fue una noche historica e irresistiblemente emocionante. .