SECCION ESPECTACULOS PAG. 36 BALAZO: DEL CONTINENTE DEL TEATRO CABEZA: El viejo de la Condesa CREDITO: BRUNO BERT Raul Quintanilla es un buen director del que hemos visto algunos solidos espectaculos en los ultimos anos. Gusta de los autores nacionales y ahora nos trae una obra de Luis Eduardo Reyes, ambientada en un barrio de artisticas resonancias. Se llama El viejo de la Condesa y se esta presentando en el teatro Jimenez Rueda. El tema es la nostalgia, el pasado incumplido en cuanto a deseos, la frustracion como un acido pero permanente regusto que puebla nuestra actualidad. Esto en personajes que constituyen una fa milia en un espacio de tres generaciones o incluso tal vez cuatro, ya que el simbolico caballo que invade los suenos o las pesadillas de los varios integrantes arranca de las necesidades del padre del viejo protagonista: recorrer cabalgando el arco del antiguo hipodromo de la Condesa. Realmente se trata de una idea muy bella, de una gratuidad quijotesca pero patetica en su falta de grandeza; plena de sugestion por lo que poeticamente pudiera involucrar. Nos sugiere un impulso domado por el tiempo; puede sus urrarnos un juego de absurdos compensadores de una realidad mediocre e involucrar un arco de tres cuartos de siglo en la historia vital pero intima de nuestra ciudad. Lastima grande, que una idea tan bella haya sobrepasado tanto al autor como al director. Nosotros, como espectadores, apenas si recibimos pequenos fragmentos de aquel sueno original, esquirlas de lo que pudo ser una propuesta de envergadura que abarcara la poetica de un individuo para subsumirse en la escritura en clave de complicidad de un fr agmento de nuestra sociedad. Intuimos que pudo ser un bello espectaculo si eso que contiene potencialmente hubiera realmente fraguado en el escenario. Pero lo que podemos ver es solo un conjunto de escenas que no logran en su articulacion exceder la linea misma de una anecdota que asi narrada se vuelve un tanto inverosimil e intrascendente. Un plantel de actores solventes encabezados por Patricio Castillo y una escenografia de fuerte implantacion naturalista a cargo de Carlos Trejo no son suficientes para r escatar esa posibilidad de fantasia que daria a cada una de las partes la necesaria interrelacion con ese todo poetico como para superarse a si mismas en su pequena intrascendencia cotidiana. Indudablemente aqui el dramaturgo es el demiurgo fallido, pero Quintanilla resulta arrastrado y lo que queda de su trabajo solo en lo externo nos recuerda a sus anteriores: un mismo profesionalismo, pero carente de vuelo. Una pena, porque nuestra cartelera merece obras que se nutran profundamente en la ambigua pero int ensa poetica de nuestra ciudad. .