GUIA: N26ATLET SECCION: ESPECTACULOS PAG. 20 CINTILLO: Metalicos sonidos del rock en el Palacio CABEZA: Atletas sin moraleja CREDITO: Xavier Velasco Fotos de Lucio Blanco E l metal, cuando de verdad pesa, no requiere de cirqueros. De ahi que, para recibir en sus hambrientos estomagos las toneladas de plomo que Metallica desparramo sobre el Palacio de los Deportes, los vehementes seguidores que llegaron hasta su primera presentacion no necesitaron de la danza, el grito, la pose y la sonrisa de gente Pepsi que otros metaleros, mas bien blandos, estimulan y festejan. La noche del 25 de febrero, los fierreros de dientes pa' fuera tuvieron que callar. El fierrero radical no tiene interes en sonreir bonito, usar un buen shampoo o, en general, expresar publicamente sus ardores. Los sismos de sus entranas son lo suficientemente profundos para que la experiencia lo sacuda y lo ensimisme sin que sus vecinos de butaca puedan advertir en el las reacciones teatrales del fan acostumbrado a enganar al oido a traves de la vista. Si bien ciertos fierreros, seguras vergenzas de su cofradia, saltaron sobre sus sillas hasta volverlas picadillo, la mayoria fue avanzand o lentamente hacia un placer estatico y extatico que no les permitio ilustrar su intimo sobresalto. (Casi nadie recuerda los tiempos de anarquia. Un equipo de seguridad inflexible y perfeccionista permite muy escasas y aisladas dosis del salvajismo que, hace unos anos, hacia de los conciertos de rock aventuras de las que uno bien podia salir en ambulancia. Por eso ahora, cuando uno mira dos, cinco, quince sillas hechas pomada a los pies del alambrado, no puede sino desear secretamente que lo que unos primates hicieron con las sillas, un diablo justiciero lo haga con sus respectivas colecciones de discos.) Es posible que los primeros dos conciertos de Metallica difieran sensiblemente de los ultimos tres: la noche del 25 esta llena de los tipos que tenian verdadera urgencia por ver y oir a la banda; por eso agotaron los boletos, porque no habia manana. El publico de las funciones suplementarias espero para convencerse, lleno de una virtud que el genuino seguidor de Metallica no tiene: paciencia. Ignorante de otra moda que no sea la de vestir garras negras o azules, este publico de fieras asombrosamente discret as ha llegado a contemplar dos espectaculos: el del escenario y el de sus entranas. En el escenario las cosas son crudas. Cuando la tecnologia interviene, representada por unos estallidos de fuego que al mas macho le quitarian el hipo, lo hace subrayando la calidad de la banda para estallar con la contundencia de los fenomenos naturales y dejar muy claro que en este reventon lo importante es ser el rayo antes que la estrella, vibrar como los terremotos antes que danzar como los copos de nieve. Frente a este atletismo sin moraleja donde los ejecutantes disparan sin tregua contra la turba, l os ninos malcriados de Guns'n'Roses parecen un punado de jotitos. Nada de esto es apreciable desde los palcos, reductos de mentirosa objetividad inmunes a todo contagio. La misma musica, de por si distorsionada por las irregulares condiciones acusticas (cosa que no se si en este caso signifique una ventaja) llega hasta los palcos casi tan indigerible como el agua cuando alcanza los drenajes. El palco solo puede ofrecer una vision adulta del espectaculo. Es decir: una perspectiva inutil. Abajo, entre un publico mas clavado que prendido, se percibe la vibra reverencial que suele rodear a los testigos de hechos sobrenaturales: Juan Diego ha vuelto a subir al Tepeyac, sus manos reciben diez toneladas de plomo caliente. Y en medio de todo, distinguidos del resto de los mortales por su devocion a toda prueba, estan los apostoles del snakepit: una especie de corral situado en un hueco del escenario, al centro del mito. Sus habitantes, freneticos por decreto pero tambien dominados por la generaliz ada tendencia a la clavazon, han sido encerrados como los rehenes de un espectaculo cuyos oficiantes traen napalm corriendo por las venas. Carentes de todo glamour, los picapedreros de Metallica sudan sangre para satisfacer al personal. Una chamba tan sucia como la del minero. Un trabajo donde se es necesariamente elemental, al igual que en la opera se es neceriamente melodramatico: los generos no se distinguen por sus sutilezas, sino por sus excesos. Cuando las luces del graderio se encienden para que la turba salga lenta, casi fatigada, uno sabe que, contento o no, obtuvo la entrega de cuatro autenticos salvajes cuya condicion de lacras es t itulo nobiliario. Soberanos del fierro por propio derecho, los miembros de Metallica estan mas alla de los simples puntos de vista; no queda mas que respetarlos .