CINTILLO: DEL CONTINENTE DEL TREATRO CABEZA: CREDITO: No conozco estadisticas que indiquen para cada carrera universitaria la proporcion entre los que desean ingresar y los que finalmente egresan, dedicandose profesionalmente a esa tarea. Pero seguramente la de teatro se halla entre las mas abundantes en lo que hace a postulaciones. Una infinidad de personas de todas las edades se acerca cada ano a ese gran escaparate que es la escena, seducidas por motivaciones personales y sociales; y un dedalo de cursos y cursillos captan intenciones confusas que bien pron to se marchitan entre la ambigedad de las ofertas y la inseguridad de una demanda sin claridad de objetivos. Naturalmente, cabe todo un capitulo de reflexion sobre el area de las responsabilidades de aquellos antes -publicos o privados- que desmoralizan a los principiantes a traves de su propia incapacidad o incluso falta de escrupulos. Pero hoy en realidad me interesa pensar en los otros, en los que llegan en busca del placer -toda seduccion es un placer prometido y profundamente deseado- y no logran mant ener la disciplina suficiente para obtenerlo. Y es que en nuestra sociedad esos dos terminos -placer y disciplina- aparecen como polos contrarios de manera casi irreductible. Es natural, porque en lo cotidiano vemos a la disciplina encarnada en la obligacion, en la exigencia externa, en lo extenuante hecho para los otros en funcion de una explotacion que empobrece espiritualmente a quien la practica. Por el contrario, el tiempo libre, el espacio personal exento de tensiones externas, se cubre de lasitud, de ocio improductivo, de negacion del hacer y del acto de comprar y consumir como sustituto de la construccion de si mismo como placer personal. Sin embargo, ese es el mayor de los goces: fabricarse en el medio y con los demas. Y el arte -el teatro en este caso- es la posibilidad de una reflexion constante en acto (actor-actuar-acto), donde el placer se halla justamente en la calidad de ese acto que es transgresor de la cotidianidad, es decir, de los valores habituales que nos mantienen fuera del espacio, del territorio creativo. El pensar en una autoconstruccion a partir de un concepto de transgresion suele resultar fascinante porque es vislumbrar con la imaginacion (mientras la piel vibra en el deseo de la transformacion posible) mas alla de la frontera de nuestras propias y sociales mediocridades. Y alli esta al menos la mitad del encanto que el teatro presenta para el neofito. Sin embargo, decian las abuelas que el camino del infierno esta empedrado de buenas intenciones y naturalmente lo fundamental que media entre estas y aquella suma de actos de deconstruccion y reconstruccion es justamente la disciplina. Pero no lo que los militares entienden por ello, que es sinonimo de negacion de la propia voluntad bajo el pretexto de la "obediencia debida", gesto horroroso de alienacion en el poder para obtener la impotencia; sino todo lo contrario: el ejercicio de fortalecimiento de aquella voluntad que se pone como herramienta basica al servicio de los valores que van surgiendo al limpiar las mugrosas capas de lugares comunes que solemos confundir con nuestra pensamiento personal. El ejercicio de la libertad, es decir , la posibilidad de opcion y la coherencia para ser consecuente con lo elegido, exige un alto nivel de disciplina que es materia basica que todo postulante a teatrista, sea cual fuere el rol que dentro de este arte pretenda ocupar. Resulta interesante comprobar que todo esto -asi sea a niveles intuitivos- se haya presente en muchos de los que dan los primeros pasos dentro del teatro. Es como un conocimiento que se acepta en cuanto idea, que atrae y hasta se maneja -dentro del plano teorico- como una obviedad. Sin embargo, la inercia de nuestra pereza intelectual y fisica se encarga de contrapesar el impulso que de alli debieramos conseguir no atacando frontalmente sino corroyendo la periferia de nuestras acciones con infinitos pequeno s actos de vandalismo: llegar tarde, estudiar menos, consentir las miserias del companero, ser banal, justificar las claudicaciones, autocompadecerse, dejar para mas tarde las propias transformaciones... finalmente el hastio, el cansancio y el escepticismo abren la puerta al abandono de las metas sitiadas, rodeadas ahora de un terreno lodoso donde chapoteamos a gusto, lejos del peligro de crecer. Hemos perdido el impulso de cambio que hacia de esa carrera elegida un medio para abordar la propia construccion como ser humano, comprometido con su tiempo pero no sirviente incondicional de el; y no un fin en si mismo, con las miserias que esto suele provocar. El desafio es hallar en esa disciplina de la voluntad un placer mas profundo que las faciles cosquillas que nos propone nuestra cultura imperante. Recien alli es capaz de nacer el verdadero actor. .