SECCION: ESPECTACULOS PAG. 17 CINTILLO: Las noches del Teatro Lirico CABEZA: Lara, el divino cursi CREDITO: JOSE ALVARADO Personaje indispensable en la historia del bolero, Agustin Lara recorrio con sus canciones el mas asombroso caleidoscopio sentimental y devino ejemplar oficiante de una generacion empenada en suenos y paisajes de modernidad. En proximas entregas Ernesto Marquez bordara parte de la historia del bolero mexicano y, desde luego, de la obra de Lara, en tanto sirva como adelanto -como guino y homenaje- este texto impecable, necesariamente nostalgico y aleccionador del siempre recordado Jose Alvarado. Concluian los anos veinte cuando una cancion romantica y sensual llenaba el aire de Mexico, emitida por radios incipientes o llorosa en pianolas ya a punto de irse al recuerdo. Era Imposible, la primera cancion de Agustin Lara, de nombre todavia ignorado por quienes escuchaban, y repetian, la melodia y guardaban la letra en la memoria. Muchos oyeron el ritmo, pocos supieron el nombre del autor. Pero vino 1930 y un dia aparecieron carteles pegados en los muros de una urbe todavia apacible: el anuncio del est reno de una revista en el Teatro Lirico, con musica, afirmaba, del ya famoso compositor Agustin Lara. Una exageracion de la publicidad, pues en ese tiempo la gloria acariciaba al joven y luego infortunado Guty Cardenas, autor de Nunca y Ojos tristes, figura central en el programa radiofonico de la recien nacida XEW; las senoritas suspiraban, las senoras entrecerraban los parpados y los estudiantes se las ofrecian a sus novias en serenatas de noches, a veces tibias a veces heladas. Las estrellas, como es de suponerse, hacian lo suyo. Cantaban tambien Imposible, pero ¨de quien era? El maestro Lerdo de Tejada, disfrutaba aun la fama de su Perjura y El faisan conmovia a mucha gente. Su intimo secreto, de Esparza Oteo, transitaba por vientos nocturnos o brisas crepusculares. ¨De quien era Imposible? La noche en el Lirico Lara estreno, en una sola sesion, Mujer y Rosa. El mismo ejecuto la primera en un piano de cola, sobre cuya superficie Issa Marcue traducia en elastica danza de piernas y talle incomparables, aquello de: tienes el veneno que fascina... Rosa hizo multiplicarse los aplausos. Esa noche nacio Agustin Lara a la admiracion y a la leyenda, no todavia a la opulencia. Habia al lado del Lirico una taberna modesta, estacion para desvelados -entonces se les llamaba noctambulos-, jovenes pobres y gente de vivir no muy autorizado por los manuales de buenas costumbres. Eran bajos los precios: tequila a diez centavos, a veinte la cerveza, el habanero a quince; tacos de barbacoa en flauta, con guacamole y crema de diez; veinte por tortas de queso de puerco, galantina o chile relleno. A veces, en los intermedios, bajaba solitario Agustin a beber, sin compania, uno o dos tequilas, de aquellos de perlitas, hoy olvidados por la mercadotecnia. Nadie lo molestaba, pues si ya musica y leyenda eran comunes, la imagen - con la cicatriz en la mejilla- solo era conocida por el publico teatral. No habia television ni revistas bien ilustradas. Pero vino la Hora Azul de la XEW, entre las diez y las once de la noche, cuando las virgenes estaban prudentemente bajo techo, las mamas tranquilas, el novio en el cafe de la esquina; los matrimonios en casa, el marido en pantuflas y bata la senora, dormidos los ninos y, adrede, la criada en la cocina con pretexto de lavar los trastos de la cena. Y si el piano de Agustin Lara y su voz invitaban a vender caro su amor a las aventureras, tambien, justo es decirlo, senalaban al hastio como pavo real aburrido de luz en la tarde y recordaban a un farolito en la calle desierta de su testimonio de haber visto, en la noche, tocar una puerta. Ahi comenzo el delirio. Ya Agustin Lara no volvio nunca a la taberna frontera al Teatro Lirico; desaparecio el Benigno, sede ilustre de huachinango a la veracruzana, robalo en mojo de ajo, jaiba en chilpachole y mojarra chiapaneca. Pero ya doctorados circunspectos, estudiantes de ayer, escuchaban, a veces ocultos, Hastio y ante lamparas en calles incandescentes anoraban el Farolito. Virgenes trocadas en abuelas se sienten aludidas todavia en mujer, mujer alabastrina y buscan, inutilmente, en frasco de Chanel, perfume de un naranjo en flor. El Teatro Lirico, por otra parte, ha muerto. Acaso alguien busque entre las piedras caidas, la sombra de un arpegio o, al menos, el fantasma de Santa. Ojala los encuentren .