SECCION ESPECTACULOS PAG. 41 BALAZO: LOS CRANBERRIES EN EL METROPOLITAN CABEZA: Concierto breve para una mujer fragil CREDITO: XAVIER VELASCO Hay, en la vida de toda banda que se hace famosa, un momento caliente que de algun modo equivale a la adolescencia y se ubica en el deslumbrante transito del culto privado a la fama incontrolada. Tal es el momento por el que hoy pasan Lola y sus Cranberries. Lola echa miradas fugaces a los musicos que la siguen, mueve manos y dedos, dirige. Cubierta por un vestido negro corto, amplio y un tanto volatil, menuda pero llena de autoridad, Lola contradice durante casi una hora y media las insinuaciones de su silueta fragil con una voz que se alza, casi tiranica, por encima de todo sonido. Es entonces que un guino, una orden, una mano discreta nos permiten comprender que no es esta una banda de cuatro, sino una sola mujer con un instrumento vocal y tres instrumentos humanos que la siguen, la levantan, la subliman sin alzar una ceja, sin el mas breve salto, sin cumplir mejor papel que el de musicos oficiosos, ponedores, discretos, ¨timidos? Mexico esta poco acostumbrado a esta clase de conciertos, hechos para suceder en un espacio que no es el club penumbroso ni el estadio multitudinario, sino el teatro donde la banda, que no cuenta con mas infraestructura que un talento escandaloso, dos riquisimos discos y unas finanzas florecientes, no hace otra cosa que repetir el espectaculo austero del club, pero con el poder, la fe y, sobre todo, la intimidad que los estadios y las arenas jamas podran garantizar. No hay pantallas, no hay efectos, menos a un gruas. Solamente los sonidos, las figuras petreas de Lawler en la bateria y los Hogan en guitarra y bajo, el pequeno y luminoso cuerpo de Dolores que camina, gira los pies sobre el piso y, cuando no hay una guitarra que cuelgue de sus hombros, danza. En una epoca en que los conciertos se planean para que la gente vea, los Cranberries han preferido concentrarse en el mojado gozo de los timpanos. Pero no todos los timpanos se muestran complacidos. Mientras a unos les llega el sonido directo de las bocinas, reproduciendo con muy notable fidelidad lo grabado en el disco -aunque sin dar un paso en falso hacia las arenas movedizas de la improvisacion- otros han quedado marginados por las dificultades acusticas pobremente resueltas. Por su parte, los que se hallan sentados en la parte alta deben contemplar el espectaculo como voyeurs que, marginados por la distancia y la incomodidad, atisban con ojos y o idos lo poco que les es dado captar. El Metropolitan no es muy distinto del legendario teatro Beacon de Nueva York, donde bandas como esta detonan conciertos como este, pero aun quedan muchas dificultades por resolver para dar satisfaccion a todos -si es que tal cosa preocupa realmente a los organizadores. Es posible que los Cranberries, con la dulzura desgarrada de su cantante y matriarca, sean sintoma del fin de una epoca donde los conciertos parecian mas rebeliones de esclavos que reuniones de melomanos, y para reforzar la hipotesis he ahi la pequena turba que aplaude, mueve las manos y oscila de acuerdo a las instrucciones, a un tiempo femeninas y autoritarias, de la potente Lola. Pero luego, cuando entre muros y estatuas retumba la cimbradora interpretacion de Zombie, uno se pregunta si esta cancion con madera de himno se convertira en el Sunday Bloody Sunday de los noventa. Por lo pronto son noventa minutos, quizas menos, los que la banda permanece, con todo y encore, frente a un publico que luce feliz, mas no saciado. Pero ni modo: ello suele pasar con las bandas que tienen pocas canciones y escasa historia. Para los inconformes, que no son pocos, la del sabado 3 de diciembre ha sido noche fraudulenta. Para quienes gozamos cada nota, que tampoco somos minoria, simplemente se trata de uno de esos bocados que, por su propia delicia, dejan con hambre a cualquiera. Momento propicio para sacar uno de los dos albumes y, ya en privado, darle larga cuerda a los apetitos. .