SECCION: ESPECTACULOS PAG. 8 CINTILLO: CABEZA: EL DESNUDO EN EL ARTE ESCENICO El nuestro ha sido un siglo en donde los escenarios han visto desaparecer del cuerpo de sus actores hasta las mas intimas prendas. Y aquello que nacio en el teatro frivolo y se enmarcaba en el deseo abierto del espectador por gozar de las bellezas "ocultas" de sus "bailarinas" favoritas, paso progresivamente a los espacios mas serios en donde supuestamente el arte imponia sus condiciones y la desnudez no era mas que un correlato de lo que social y psicologicamente sucedia a sus personajes. Le toco a la seg unda mitad de esta centuria volver natural aquello que primero fue arrebato vanguardista (el teatro de arte, paradojicamente, no incorporo el desnudo a traves de un naturalismo llevado a sus extremos, sino desde el polo contrario, a traves de la experimentacion escenica) y que ahora es algo tan comun que el encontrar encuerados en las tablas -con o sin justificacion: de a uno, de a dos o en grupos enteros- se incluye en un porcentaje nada despreciable de las obras en cartelera. Y sin embargo el desnudo es uno de los elementos mas complejos para manejar de los que dispone el autor o, sobre todo, el director, en su trabajo dramaturgico. Porque se supone que lo que se halla frente al espectador es como una base, una excusa que lo reenvia hacia una red de significaciones que trascienden aquello que objetivamente esta viendo. Pero ocurre que en general un cuerpo desnudo tiende a aferrarse a la primera significacion posible: suele obstinadamente querer seguir siendo solo un cuerpo desnu do. Y en realidad recien empieza a interesarnos -hablando de arte, por supuesto- cuando podemos desembarazarnos de ese impacto primario que provoca recanalizandolo. En este sentido casi estariamos tentados a pensar que en ese rubro no es la belleza convencional la que atrae sino el mecanismo creativo capaz de volver bello (y aqui esta palabra tiene que ver con pertinente) aquello que tiene un cierto grado de horror. Pienso en el cuerpo de los viejos, de los danados y heridos, inhibidos para vestirse con su piel y sus musculos como con un atrevido y atractivo traje de bano. Recien alli, el cuerpo queda tallado, trascendido y recuperado en una dimension artistica. Salvo que estemos trabajando el erotismo. Y en ese caso el problema es mucho mas grave. Y digo esto porque un noventa y cinco por ciento de los ejemplos que vemos en teatro apelan -directa o indirectamente- a lo erotico, sea en complicidad con otro de los perso najes o en secreta vinculacion con el publico que los ve -transformado en miron- cuando a "solas" deciden banarse, vestirse, "masturbarse" o toda otra restringida gama de posibilidades gozosas con uno mismo. Pero aqui, en el plano de las transformaciones que hacen posible una dimension artistica en lo que se halla frente a nosotros, nos encontramos que un cuerpo solo capaz de representarse a si mismo -en su belleza cotidiana- es algo protoexpresivo. Necesitamos componer con el una escala de profundizacion h acia una variable de significados que lo enriquezca. Alli encontramos como posibilidad la analogia y el manejo de los tabues, ya que no hay erotismo sin ellos. De hecho, decia Donald Kuspit: "La percepcion es una actividad perversa con un objeto perverso: la realidad. Pero la perversion no esta declarada, sino solo insinuada". Y es en ese resquicio donde puede cumplirse plenamente la expresion erotica, que no necesariamente se realiza en simple ausencia de ropas. Posiblemente la abundancia de cuerpos vestid os de si mismos en nuestros escenarios esta mas cerca de mostrar un estado de impotencia erotica que de plenitud. Y creo que esto lo tiene bastante claro la nueva generacion de dramaturgos que experimenta su palabra en estos dias. Mastisse sostenia: "Los unicos retratos dignos de credito son aquellos que llevan poco del modelo y mucho del artista", lo cual se vale perfectamente para el teatro. Siguiendo su idea, hay que violar al actor/modelo, desarticular esa desnudez primaria, arrancar la dulce piel de la ignorancia para aflorar aquella dolorosa y resplandeciente que se ajusta a un nuevo espacio de conocimiento -profundo, organico- para el espectador, recuperando asi el abismo que existe detras de la apariencia banal y que solo pue de ser extraido por el director si realmente se esta comprometiendo con el hecho creativo. Si esta ejerciendo el acto narcista de retratarse a si mismo con los musculos de la obra y la sangre del actor. Es conocida la anecdota de aquel sultan que llamo a la mas bella y agil de sus bailarinas para que interpretara para el la danza de los siete velos. Por cada uno que caia, el seducido monarca exclamaba con un hilo de voz "mas, aun mas!". Cuando el cuerpo de la mujer quedo despojado del ultimo, el sultan cont inuaba repitiendo lo mismo. Ella dudo un instante sin saber que hacer, pero los sutiles verdugos si lo comprendieron de inmediato y con un arte incomparable la desnudaron de su propia piel... Un cuerpo incapaz de sorprendernos no merece la pena de ser mostrado. .