SECCION CULTURA PAGINA 35 BALAZO: LA HUERTA DE SAN VICENTE CABEZA: Memoria de los ultimos dias de Garcia Lorca CREDITO: Eduardo Rogriguez Valdivieso Ha pasado mas de medio siglo de aquella furia desbordada. Los recuerdos, aunque debilitados, perduran. Mi proposito es continuar la redaccion de un libro, para lo que utilizare los materiales de que dispongo. El calvario de Federico y los suyos se perpetro en cuatro escasas semanas. A partir del desenlace, comenzaron los inacabables anos negros, que tuvieron su fin con la victoria laurea de nuestro poeta. Aproximarse a la huerta de San Vicente, menudear las visitas y permanecer algun tiempo alli se convirtio, a medida que avanzaba el mes de julio, en empresa aventurada. Un impulso indeterminado me permitia encarar lo arriesgado y, sin discernir los peligros, me acercaba a ellos amparado en la fuerza natural de m is 22 anos. Nunca imagine, por otra parte, que visitar a unos amigos me trajera dificultades con las que jamas conte. Mas lo no pensado, la realidad, lo puso ante mis ojos: cierto dia recibi una expresiva recomendacion. Alguien caritativo indico a uno de mis familiares que yo debia interrumpir las visitas a cierta huerta, en evitacion de consecuencias desagradables, consejo que, segun se iba espesando y haciendose confusa la situacion, era bien sencillo interpretar. Reuniones amistosas. Despues de aquel aviso volvi otras veces a la huerta. El dolor y el miedo que atenazaban a la familia Garcia Lorca les hacia sentirse inco municados, realidad que dia a dia se manifestaba mas. Se hallaban aislados. Todo ello y el fatalismo que dominaba a los habitantes de la huerta hacia penosa la permanencia en ella, junto a las victimas de la tension sobrecogedora. Yo percibia que mi compania no molestaba a nadie y era aceptada con cordialidad. Anoto, 59 anos mas tarde, que ni Federico ni sus allegados mencionaron nunca ni el menor detalle relacionado con las que mas tarde se conocieron como las visitas, que fueron silenciadas. Ellos demostraron capacidad para resistir los agravios que se sumaban a los presagios que la tragedia estaba diseminando entre aquellos seres. En la huerta, siempre florecida de serenidad, de jubilo por los triunfos, llena de risas de ninos y reuniones amistosas, en muy poco tiempo todo comenzo a entenebrecerse y hacerse inseguro. Las risas y los aromas fueron vencidos por silencios daninos. Alguna tarde, sentado en la glorieta, compartiendo mutismos y palabras cortas y graves, contemplaba los cipreses hermanos que, en cierta forma, me parecian los lares de la casa. Yo los conocia de tiempo, y en esa ocasion los veia mas altos, mas duros, negros a fuerza de verdear; arboles con muchos anos en sus troncos, incorruptibles y fieles, siempre con sus perennes ramas entrelazadas y confundidas entre si. Mi memoria ha conservado los perfiles de estos cipreses, que hice renacer convertidos en dos viudas enlutadas que, asidas a la esperanza, confiaban en el regreso del hombre amado que, celadamente empujadas por la muerte, resbalaron por la sima absoluta. Los arboles mas doloridos de Espana! Yo los comparaba con el cipres de Silos, saeta lanzada al azul castellano, gozo y rezo a lo divino. Estos de Granada son la permanente muestra del dolor que se agarra a la tierra y al corazon. Presiden, ademas, la dulzur a de las huertas, testigos de la presencia creadora de Federico. El sentimiento con que evoco aquellos dias, cuyo drama en cierta medida comparti, ha logrado suavizarlos como un milagro que sobre la epoca enfebrecidda ha realizado el tiempo. Imperdonable considero mi caida en la indefension, incapaz de entender el pavoroso enigma. Inutil, ignorante y medroso, sin recursos, sin nada que activara la salvacion de Federico. Nadie, incluso el sometido a lo alucinante; nadie formado lejos de lo incandescente pudo descubrir ni el menor sindrome de lo monstruoso inmediato. Federico daba la impresion de no pensar, o mas bien, poco traslucia de lo que imaginar pudiera. Yo me encontraba en situacion parecida. Eramos sombras fascinadas, a las que la fatalidad movia, lanzaba en la direccion que a cada uno destino. Pero una tarde Federico hablo. Me acompano por el carril de entrada y salida de la huerta. Nos detuvimos. El medito y, mirando al cielo, paseo despues sus ojos por los arbustos y las flores. Me dijo: "Tu crees que yo podria escapar de aqui y ponerme a salvo con los repu blicanos?". La impresion que me produjo su pregunta me anonado. Imposible olvidar una mirada como la que Federico me dirigio, acompanando sus palabras. Vi tal desamparo, tan acerba duda, inocencia tanta, que quede desconcertado. Mi respuesta, tras considerar las dificultades con que pudiera tropezar ("Oh mis torpes andares", como el confeso a Estrella la gitana) fue dolorosamente negativa. Pero estaba claro, la resistencia de Federico tocaba a su fin. Luis Rosales estaba dispuesto a pasar a Federico a la otra zona? Lo rechazo Federico? Por que no acepto? Estaria Rosales tan aterrado como Federico? Incognitas insolubles ya. (De El Pais para El Nacional.) .