SECCION ESPECTACULOS PAG. 37 BALAZO: ANTROS CABEZA: Los raspes del Nino Perdido CREDITO: XAVIER VELASCO Al Balalaika siempre lo vi tetrico. Cada semana, cuando mi madre me llevaba casi a rastras a que el ortodoncista me rompiera el hocico, aparecia en el camino la mole tenebrosa. Acaso cotidiana para los adultos y los lugarenos, la fachada del antro se alzaba frente a mis escuincles ojos como un espectro desafiante, cuya efigie me hablaba de mujeres publicas, veladas lubricas, danzas impudicas y todos esos retorcimientos adultos que hacen a los menores rechinar los dientes con todo y frenos. Juguemos a raspar Pasaron los anos y una noche sali del teatro Iris acompanado por la reglamentaria turba de colegas imberbes y libidinosos como yo, aullando en demanda de aquello que antes de los quince parece un destino proximo e irrenunciable: las caricias compradas. Como salia uno del concupiscente teatro Iris? Con el coco cual comal, el pantalon cual tienda de campana, las palmas cual espalda de chafirete. Pero las caricias, como su nombre lo indica, resultaban demasiado caras. Es por eso que quienes sabian de estas cosas esos reprobados reincidentes que todo prepuber necesita entre sus asesores aconsejaban recurrir al raspe: un contacto casual, intermitente, de origen ritmico y transcurso sensualista, iluminado por el halo mistico de una siempre antojable perdicion. A que calles iriamos a buscar a la senora Perdicion? Pues a las de Nino Perdido, mis cuates, donde mejor? Desde que la recuerdo, Nino Perdido es una calle ancha y triste. Pero esa noche, cuando nuestros titubeantes pies posaronse sobre su pavimento, el infierno entero parecio abrir sus puertas a los recien llegados. Los nombres de uno y otro demonche saltaban de la negrura, con el brillo siniestro de las navajas y la vibrante oferta de la inocencia en retirada. Ya se les esta saliendo!, se atrevio a observar una de las humildes hechiceras que aplanaban las banquetas del Mocambo en busca de clientes caut ivos de sus propias ansias. Por eso, antes de que a cualquiera comenzara efectivamente a salirsele algo, cruzamos Nino Perdido y le llegamos braviamente al Balalaika. Recuerdo a tres mujeres de falda corta y vientre amplio, mirandome con ojos de violadoras tumultuarias, mientras arriba, en la cabeza desquiciada por el miedo y las urgencias prostaticas, mi santa madre me decia, suplicante: No lo hagas! Habia solo borrachos, cabareteras y obscuridad, pero a nuestros ojos el Balalaika estaba poblado por asesinos, vampiresas y misterio sobrenatural; dosis mas que suficiente para que pasados treinta segundos un mesero muy poco amigable nos echara a la calle por mocoso s. Siquiera dejennos echar un raspe!, rogo uno de los nuestros, mas el mesero fue implacable: Vayanse a raspar con la mas ruca de su casa! Desde entonces y hasta la semana pasada vivi con la certeza de que volveria, pero en ese transcurso tanto el Balalaika como yo cambiamos de musas, de manas, de amigos, de fachada; creo que solo el nombre nos quedo igual. Todavia prendido a la piel de Nino Perdido rebautizado como Lazaro Cardenas por la imaginacion de algun pobre de espiritu, el Balalaika sobrevive retador, siniestro como siempre aunque, ya ni modo, adornado por una marquesina que le roba un poco de su hermetismo ancestral. Pariente proxim o de una muchedumbre de antros afines, este modesto templo del rompe y rasga recibio tambien las cuchilladas alevosas del table dance: hijo tarado del cabaret para quien el ritual de la seduccion y la magia de las palabras no son sino vejestorios prescindibles frente al vigor del impulso animal. He llegado hasta el Balalaika en un sabado tibio. La noche aqui dentro, en esta esquina de Nino Perdido que da sitio a unas cuantas mesas, una pista sencilla y un pedestal breve, ha quedado como el patrimonio inmenso de unos cuantos solitarios. Mientras los beodos del viernes aun estan curandose la cruda moral frente a la television, otros, los de verdad perdidos, encuentran asilo en una de las mesas de metal aqui presentes, de rato en rato visitadas por senoritas deseosas de pelear a raspe limpio co ntra dos de las grandes plagas que azotan al pueblo entero: el tedio y el desempleo. La orquesta no es el Seis del Solar, pero su ritmo alcanza para que uno se anime a consumir por lo menos media docena de chupines, y a reventarse una igual cantidad de raspes. No tengo muy claro que parte de mi me gustaria raspar con esta cancion. Inhibiciones, autoestima, lucidez, pudor, prejuicios? Imposible saberlo, pero al fin y al cabo que se raspe lo que tenga que rasparse; con los tragos a catorce pesos todo se vale y nada se lamenta. Pasado el chupe numero cuatro, la tension del recien llegado termina de difuminarse y en su lugar aparece una deliciosa sensacion de abandono. Si al llegar al Balalaika nos invadio un sentimiento grotesco, varios tragos despues nosotros, los extranjeros, formamos ya parte del mismo escenario. Somos grotescos y por lo tanto libres. Ha llegado la hora de hacer lo que segun nuestra familia jamas hariamos, lo que los amigos se mueren por perpetrar, lo que siempre se realiza cuando no hay testigos que puedan incriminarnos. La vigencia de Rubens Dicen los perdidos, con la razon de su lado, que una sola marca de ron ha hecho mas por las chicas feas que todas las firmas de cosmeticos juntas. Ello no solo es cierto porque a los hombres alcoholizados les gustan casi todas las mujeres, sino tambien porque una morra bebida rara vez bailara sola. Que mas cuentan del alcohol y la belleza nuestros amigos perdidos? Aquello que aqui en el Balalaika es norma general: entre mayor sea el volumen de carne, mas intenso se tornara el deseo. De algun crepuscular mo do, el paso de los alcoholes va cambiando la estetica del reventon, y asi los cuerpos esbeltos pierden camara y terreno frente al tropiencanto de las lonjas al aire, los escotes reventados, el aguayon en oferta. El reventon tiene la virtud de afinar el motor, pero siempre a costillas de la carroceria. De ahi que las veteranas del refuego se vean obligadas a ir cambiando de aires conforme sus cuerpos, hinchados de experiencia, quedan listos para ser bailados por hombres cuyos estandares de belleza se han modificado en el camino. Por obra del mismo angel malefico que se roba la lozania de Venus y la galanura de Apolo, mujeres y hombres vienen a encontrarse aqui en circunstancias equivalentes: nada que perder y al men os una noche por capitalizar, tan lejos del mundo como puede hallarse un mortal en esa zona purpura que se extiende a medio Nino Perdido, constelada de cabarets desfallecientes donde la fiesta es una convencion de fantasmas y la locura es el monstruo incomodo del que ni con los anos has logrado deshacerte. El monstruo que me acompana no es precisamente un socialite. Solitario y enfurrunado como todos los borrachos enfermos de necedad, este invisible monstruo se ha encargado de ahuyentar a cuanta senorita me ha mirado. Hechizado por el inefable cochambre moral que hace de cada uno de los rincones del Balalaika propicio altar para la divina perdicion, miro a las parejas que se raspan sin remilgos y me pregunto si en el Mocambo, el Caballo Loco, la Burbuja, el Principe o el Molino Rojo podran rayarme con un par de chelas embarradas de limon y sal. Cargando con el monstruo, que ya esta dando las primeras muestras de impertinencia, abandono el antro mitico, cuyo unico verdadero defecto es su falta de cervezas. Camino entonces por aceras deserticas pringosas, casi esperando el arribo subito de un forajido que cuchillo en mano me quite los cien pesos que me quedan vivos. Pero solo un alma, la de una mujer cuyo estado fisico refleja el paso de varias decadas recorridas a toda marcha, se atreve a romper el silenc io que me rodea en mi camino hacia el Molino Rojo. Sentada en el quicio negro de una casa sin rostro, la mujer me ofrece sus mejores argumentos: Animate, pinche gero, que te voy a cobrar baratito! Bien tratado, bien sabroso! Ciertamente, mis cuates, me produciria un gran placer poder hablarles aqui del buen trato que la mujer me propuso y para el cual mis cien pesotes eran dos veces suficientes, contando la propina del cuidador, pero lamento decirles que de los trece anos para aca mi capacidad de arrojo ha menguado un poco: mientras los misterios grandes han perdido estatura y resplandor, ciertas aventuras suicidas aparecen mas temerarias que una Yamaha 1000 sin frenos. De modo que pasemos de una vez al Molino Rojo, que hay unas chelas esperandonos. El Molino, la Burbuja y lo que venga Mas que un antro, y al igual que su primo el Balalaika, el Molino Rojo es la imagen purisima de un estandar descontinuado: el del cabaret anorable, magica palabra, negocio de ascendencia tropicosa cuyo caracter citadino aun hoy le da el toque de sordidez que siempre necesitan los que buscan en el extravio de los sentidos el anestesico para el alma puede un intrepido explorador de los precipicios morales encontrar mejor complice que un antro donde hasta los mas blancos plumajes lucen como salpi cadera de microbus?. Ya bien ambientado en la clase de fango, cuya natural fluorescencia nos llama desde la mas honda penumbra, robo a la michelada un par de tragos que me devuelven el animo de conversar, girar y, ahora si, raspar hasta que se me acabe la lija. Subitamente, lo que uno creia denso se vuelve ligero y la negrura toma los destellos de un firmamento encantado. Como se hace para, una vez que se ha caido presa de la mala sangre, recargar las baterias y volver al ataque? Antes que darle un hachaz o al cochinito en pos de presuntos polvos milagrosos, vale la pena intentar un cambio de bebida, o de compania, o de antro; cuando menos lo pensemos, nuestro cuerpo sin gobierno andara cometiendo los excesos que solamente en lugares tan comprensivos como este podran sernos dispensados. Fui recibido por los demonios del Molino Rojo tal como lo sone cuando de la vida no tenia mas que trece anos y cinco espinillas: con una mesa de pista y el mirar esquivo de muchas morritas deseosas de bailar conmigo. Y como el monstruo, derrotado por la estruendosa energia de la Coronita con limon, decidio esperar hasta manana para vengarse de mi, la orquesta y los foquitos y las muchachas cobran sonrisas nuevas. Un par de tipos a los que crei extranos alzan sus cubas en direccion mia, murmuran un par de fr ases que ni ellos entienden y me ofrecen el regalo inmerecido de su camaraderia. Una mesa mas alla de la escena, dos piernudas modelo 48 apuntan hacia nosotros, con el dedo en el gatillo y la perdicion en las pupilas. Miro mi billete de cien pesos y descubro que a Nezahualcoyotl le estan saliendo alas. El futuro jamas tiene los rostros que un dia imaginamos; la edad adulta, menos. Uno crece y los espacios que creia grandes y fantasticos pierden mito y dimension. Perdido en el espacio que la senorita y yo compartimos con tres parejas de raspadores, me pregunto donde quedo la leyenda que me quito el sueno cuando la perversa pubertad hizo de mi un pobre menesteroso sexual. Pero no es momento para preguntas, porque los compadres de las cubas ya liquidaron mi cuenta e insisten: Vamonos a la Burbuja, y alla invitas tu. .