SECCION ESPECTACULOS PAGINA 37 BALAZO: ANTROS CABEZA: Famas y famitas del famoso 42 CREDITO: XAVIER VELASCO De noche, las calles del centro ya no son las de antes (cuando, apenas entrando a Madero, el sueno de la ciudad se volvia letargo y los fantasmas transitaban por Bolivar como Judas por su infierno). De hecho, bajo los arbotantes y las ventanas solitarias, ronronean los motores, truenan los bocinazos. Una tribu glamorosa se desplaza en sus autos por Madero, vuelve por Cinco de Mayo, se arremolina en Filomeno Mata, mientras los fantasmas corren, se repliegan, ganan otras posiciones, lejos de los intrusos q ue bailan y brindan entre musica in. Pero todo lo in suele resultar, como el termino bien lo dice, inofensivo. O tambien: insipido, infecundo, insensible, insuficiente, inapetente, ingrato, insoportable. En un mundo que tiende a uniformarse, lo unico realmente in es permanecer out: resistir al rodar de los engranes, apostar el dinero a los cronopios, preferir al peligro sobre cualquier confort. Por eso los fantasmas, y los lunatico s que los siguen, aceleran hasta el Zocalo y despegan en busca de nubes menos blancas. De noche, no es dificil encontrar a los fantasmas del centro de la ciudad encerrados en El Famoso 42. Desvelando las penumbras Agazapado entre las espesas penumbras de la calle de Cuba, obscuro como las entranas de un demonio pero resplandeciente como un oasis en el Purgatorio, El Famoso 42 tiene una famita que da miedo. Tanto mejor!, diran los reventados por vocacion, que a la hora de visitar un nuevo tugurio sienten miedo, mucho miedo, pero ni hablar: se lo aguantan como los machos. Tal vez por eso es que hoy, a la medianoche de un desfogable viernes, cruzas la entrada del 42 con las infulas de Clint Eastwood llegando a un pueblo sin Dios. Pero Clint Eastwood nada tiene que hacer aqui, en el territorio gobernado por Luzbel, donde muy poco de lo que se mira es cierto. De modo que te arrinconas, ahora si que pisoteando el huarache, dos pasos mas alla de la pequena pista, en el rincon donde te imaginas que seras menos percibido por todos esos bailarines y bebedores que se revientan sonora e impenitentemente frente a ti. ¨Cuanto tiempo lograras sobrevivir sin una chela bien frigida? ¨Quince, veinte minutos? ¨En el nombre de que? Te levantas, con el pueblerino animo de no importunar a nadie, y avanzas de frente hacia el corazon del antro: una ventana modesta y eficiente donde dos cantineros ofrecen las Lagers a precios pecaminosamente bajos. Es entonces, por la intercesion del santisimo liquido, que El Famoso 42 comienza a tomar forma frente a tus ojos: un antro intimo, desinhibido, festivo, cochambroso y majestuosamente cin ico, digno de impresionar a los mas intrepidos, pero capaz de asustar, lo que se dice asustar, solo a quienes se temen a si mismos. Bastan veinte minutos y un par de cervezas para que el 42 cobre, a los ojos del profano, la estatura moral que distinguio a los grandes libertinos del siglo XVIII: un rebelde como el Divino Marques habriase reventado a sus anchas en el numero 42 de la calle de Cuba. Mas alla de la barra, contiguo a la segunda pista de baile cuyos muros rebosan espejos para que nadie se pierda de nada, se oculta un breve salon, casi negro de tan penumbroso, donde varios tipos miran inmoviles hacia arriba. Es un salon hueco, casi sordido, apenas iluminado por un monitor donde, al menos por el momento, no hay mas imagen que un azul profundo, interrumpido por lineas horizontales que bajan sin concierto. ¨Que hacen diez, quince fulanos sentados frente a un monitor donde nada sucede? Lo mism o que realizan, entre las sombras de un ocio mentiroso, todos los merodeadores clandestinos: nada y todo al mismo tiempo. Un circo de miradas huidizas corre por la habitacion, contagiando al aire de una cierta, siniestra electricidad. Casi colgado de la obesa cortina que funge como puerta, miras el semblante hipnotico de quienes contemplan el monitor donde todavia no pasa nada. Un golpe de abanico en la cabeza te vuelve a la realidad: Abusado, papacito!, susurra en tu oido izquierdo una mujer que no es mujer, pero hace cuanto puede por lograrlo. Carnaval de ambigedades Con una nueva chela en la mano, vuelves a la cortina desde donde miras a la pareja de mujeres honorarias que literalmente se arrastran sobre la pista, sin perder ritmo ni calor, levantandose la falda o quitandose la blusa, mordiendose los labios o gritando el placer de un extravio largamente perseguido. Detras de las mesas, varias de sus camaradas distribuyen caricias entre diversos hombres cuyas palmas voraces recorren pechos, piernas, caderas y entrepiernas. ¨Quienes aqui nacieron con un cuerpo de muje r? La minoria, mas ello no es cuestion que preocupe a sus hombres: bugarrones de pura cepa, de esos que, juran las enteradas, ya casi no hay. Todavia intimidado por la paradoja quevediana de ser en el reino del amor huesped extrano, experimentas un cierto alivio cuando descubres que en el salon obscuro hay grandes lugares vacios y en el monitor danzan imagenes familiares: una mujer orgullosamente putisima es tundida, succionada y embestida por dos garanones impertinentes. Entras, te tumbas en un hueco lo suficientemente amplio para considerarte solo y clavas los ojos en la pantalla. Es quizas por ello, aunque tambien podria ser por el sutil sobresalto que aun te subyace nada menos que el proverbial freak: musica para los oidos de cualquier intrepido nocturno, que no adviertes la presencia de un nuevo fantasma que ha llegado hasta ti con vestido, pulseras y fleco para solicitarte, con la circunspeccion y el decoro de los discipulos de Manuel Carreno: ¨Me das una mamadita de tu cerveza? Pocos momentos hay tan gratificantes para el extranjero como cuando es sorprendido por la hospitalidad de los lugarenos. A diferencia de numerosos antros gay, donde al fuereno se le trata como a un apestado, los asiduos al 42 apenas se preocupan por el curriculum del recien llegado. Ciudadanas de un carnaval por naturaleza indiscriminante, las reinas de este antro adoptan prontamente al forastero, prodigandole la clase de amistosa indiferencia que le permitira transitar sin complejos por pistas, c orredores, mesas y tumultos con un desparpajo francamente alivianador. Una pareja de forajidas sexuales, orgullosas de su osadia y enamoradas de su ambigedad, se te acercan con el sano proposito de cabulearte. De pie, con las piernas abiertas, se acomodan los escotes y te miran. Una de ellas cabello rubio, maquillaje abundante, mueca sicaliptica recien adoptada para tu mayor incomodidad, sin dejar de mirarte, senala hacia su companera y subraya: El! La otra morena, de facciones angulosas y ojos negros enterrados bajo las espesas cejas te senala subitamente, hace avanzar el indice hasta casi tocar tu nariz y dispara: Ella! El del 42 es un interminable juego de caretas. Perseguidoras infatigables de la belleza, con los dos pies trepados en los tacones cercanos de una feminidad que se desborda entre los encajes mas impredecibles del mundo, las forajidas sexuales no desean abandonar por completo una condicion biologica que hormonas y protesis no han terminado de desbaratar. Por el contrario, es la linea intermedia, que les permite jugar con uno y otro papel, donde con mas gallardia caminan, riendose a carcajadas de quienes nos p onemos el uniforme para jugar en un solo equipo. A sus ojos, los normales pertenecen a una especie infradesarrollada, pleistocenica, detenida en la ultima orilla de la sobrevivencia. Veteranas de una guerra emprendida en el nombre de la mas alta de las rebeliones la que se atreve a inconformarse con la propia identidad, las forajidas sexuales llegan al 42 no tanto para ligar o bailar, sino sobre todo para ser: legitimo derecho combatido por una sociedad tan rigida que hasta sus sodomitas se comportan como machines, mientras los que se dicen duros llevan huellas de trafico pesado en el tunel del sur. ¨No es por lo menos revelador que sean ellas, las forajidas sexuales despreciadas por sicos y troyanos, quienes tengan de su lado la sarcastica lucidez que a los mas sesudos les sigue faltando? De las bocinas llega brisa caliente: un coro tropiloco repite hasta el delirio Perdi a mi novia por el cucu. Famosas & talentosas Tercera llamada, ruge un distante animador y la concurrencia se agolpa en torno a la pista para presenciar el primer acto: un risueno coito entre cuatro participantes ansiosos: la mujer, bajita y piernuda, entrona como la que mas, y sus compinches, un terceto de calientes con muy escasos prejuicios en la sesera. Rolada, oprimida, penetrada y aun llena de vigor para pintarle sus mocasines a los espectadores mas gritones, la chaparrita se encarga de repartir condones entre los protagonistas del agasajo marinero, mientras la bola de mirones brinca y vocifera y aulla como alguna vez todos lo hicimos en torno a una pinata. Atrapado por la magia del momento, prendido de un cosmopolitismo que te hizo sentir el mas civilizado de los mortales, adviertes que descuidaste un aspecto fundamental: la retaguardia. Vencido por un reventon que te rebasa, te alejas prudentemente del tumulto entre cuyas mareas una mano abusiva quiso apoderarse del sitio donde ciertas espaldas cambian la honra por el billete. Mas alla de la pista repleta de cuerpos, sudores y pupilas, entre las mesas a medio vaciar, parejas de amantes inminentes se aplican a lo suyo, improvisando fugaces audacias y, cuando la ocasion es propicia, manoseando juguetonamente a los permisivos edecanes del antro, vestidos con los pantaloncillos cortos de rigor. Al fondo, rostros taimados entran y salen del cuarto obscuro donde las proyecciones han subido de tono: en lugar de la diva de los dos garanones, aparece uno solo, rodeado por mujeres que serian intachabl es si no estuviesen equipadas con un cierto aditamento de mas. Pero aqui, entre las alegres brumas del 42, ser intachable significa quedar fuera del reventon. Y eso nadie lo desea. Yo no estoy aqui por guapa, ni por bonita... Yo estoy por chingona!, estalla la voz de una forajida sexual madura en los excesos, cuyo porte senorial la delata como soberana mayor del antro. Cargando el microfono en una mano y una botella de tequila en la otra, la matriarca empina el vidrio en los labios de uno y otro parroquiano; asi recorre la pista y, cuando la botella se vacia, presenta el espectaculo de una mujer que al cantar se deshace del mas remoto signo de hombria, para soltar de sus no ta n roncos pechos toda la emocion contenida que algunos de los presentes requerian como un urgente suero. Minutos mas tarde, aparece una nueva cantante, ataviada del peinado a los zapatos como Raquel Olmedo, y ensalzada por su presentadora con uno de los adjetivos mas importantes aqui dentro: ta-len-to-sa. Si en otros lugares no hay mejor virtud que la fanfarroneria y el sonoro desplante, aqui lo que mas cuenta es el talento. Cuando el espectaculo termina, el personal se renueva. Los que se van se entremezclan con las que llegan, de modo que en poco tiempo el 42 se atiborra de ambiguas amazonas que se saludan, se abanican y se carcajean. Es la hora densa del antro, cuando los animos estan mas exaltados y los pocos tabues que restaban se van por el drenaje (de donde nunca debieron salir). Como en esas fiestas que nacen de un fin de fiesta, las forajidas sexuales se sueltan el chongo, dispuestas a cazar de una buena vez a ese sona do bugarron, mitico Mister Goodbar que llegue para colmar las mismas ansias que otros han preferido conservar ocultas, temerosos de un que diran hace tiempo derogado entre estos muros. Cuenta la fama del 42 que hace unos anos, cuando el talentoso Luzbel todavia no tomaba el control, se prohibia la entrada "a mujeres y a vestidas". Hoy, la Edad Media se ha marchado de las calles de Cuba, con todo y los conservadores que solian acompanarla. De ahi que, cada una de las noches de la semana, sus lobregas aceras sean tomadas por angeles maleficos amantes del escandalo, el desfiguro, la insurreccion y la estridencia. Cuando finalmente sales del 42, en la creencia de que ya viste todo lo q ue un profano podia ver, e incluso un poco mas, piensas que, pese a las opiniones out de la gente in, la famosisima Cyndi Lauper tenia razon: Las chicas solo quieren divertirse. .